No es el primero ni será el último. Un joven egipcio de 27 años acaba de sumarse a la ya abultada lista de visitantes que han escalado la Gran Pirámide de Keops, en la meseta de Giza. Su aventura, captada por las cámaras, ha acabado en comisaría y afronta un incierto futuro entre rejas.
Su viaje hasta la cima de la última maravilla del mundo antiguo en pie, de 149,98 metros de altura, ocurrió a primera hora del miércoles, según el comunicado del ministerio de Antigüedades egipcio remitido a EL MUNDO. El joven adquirió, como cualquier otro turista, su billete en las taquillas que jalonan el acceso y enfiló el árido camino hacia la necrópolis.
Una vez en la pirámide de Keops, comenzó a trepar por los enormes bloques de piedra del monumento. La policía turística y los funcionarios del ministerio que guardan la falda del lugar trataron de disuadirlo. Todo fue en vano. El veinteañero llegó a arrojarles piedras para evitar que frustraran su ascenso.
Con el camino expedito, prosiguió su ruta hacia la cumbre. Tardó menos de una hora. Alcanzada la cima, aprovechó para arrancar un mástil de madera colocado por las autoridades para marcar la altura original de la pirámide y un pararrayos de metal. Poco después, como muestran las instantáneas, fue capturado por los agentes y escoltado en su bajada.
El protagonista de la última escalada a las pirámides, un entrenador de natación que residía en los alrededores, permanece arrestado. Será trasladado a la Fiscalía pública mientras continúa la investigación sobre su asalto a uno de los iconos de Egipto, un vestigio faraónico que ha sobrevivido con achaques y misterios a 4.500 años de vicisitudes.
Una infracción sin castigo
La escalada a las majestuosas Pirámides de Giza solo fue prohibida a finales de la década de 1990. Algunas instantáneas en blanco y negro guardan memoria aún de los tiempos en los que subir hasta la cima, transportando incluso el picnic, era un actividad común, al alcance de los peregrinos. La preservación del monumento fue una de las razones esgrimidas para imponer un veto visible hoy en las advertencias que salpican las caras de las pirámides.
A pesar de la prohibición, las autoridades egipcias reconocen que no hay un castigo específico para quienes osan desafiar la orden. En los últimos años no han sido pocos los turistas, locales y extranjeros, que se han aventurado a escalar la Gran Pirámide.
El pasado diciembre el fotógrafo danés Andreas Hvid, de 23 años, hizo públicas unas instantáneas tomadas semanas antes en las que aparecía desnudo junto a una chica en la cumbre de la pirámide. El material, con abiertas connotaciones sexuales, desató una cascada de comentarios en las redes sociales, la negativa inicial de las autoridades de que se hubiera producido la sesión de fotos y la apertura de una investigación judicial. Para entonces la pareja ya no se hallaba en el país árabe.
Hvid se unió así a otros escaladores. En enero de 2017 el turco Fatih Kormogo logró sortear a los agentes que le perseguían y tocar cima entre los aplausos de los turistas congregados a sus pies. Un año antes, el alemán Andrej Ciesielski firmó la misma «hazaña». «Fue alucinante. Me sentí totalmente libre mientras subía a la cumbre del mundo. Mucha gente dice que lo hago para experimentar el riesgo pero no es así. Es sencillamente porque me apasiona escalar», relató entonces a EL MUNDO. Desde entonces, tiene prohibido de por vida el acceso a la tierra de los faraones.
En 2016 otro visitante, el estudiante egipcio Hisham Mustafa, unió su nombre a quienes subieron a la pirámides y publicaron un fotograma desde las alturas. Admirar la Gran Pirámide es ya una experiencia única a ras de suelo. Una visión tan extraordinaria que se perdonan las disparadas teorías que atribuyen su construcción a atlantes o extraterrestres llegados en naves espaciales. Su interior, saqueado hace más de un milenio por los cazatesoros, todavía guarda secretos en trampillas y puertas accesibles solo a través de los ojos de un robot.
En 2013 un joven ruso -que se estrenó en el skywalking tomando fotografías desde el edificio moscovita Ciudad Capital, el mayor rascacielos de Europa- aprovechó también la noche para abrirse camino por la construcción. «Subir por las rocas resultó muy peligroso porque muchas se deshacían bajo los pies», reconoció poco después. Arriba, se percató de que no había sido el único en concluir con éxito la misión: «El pico de la pirámide estaba lleno de inscripciones en muchos idiomas. Algunos de hace cientos de años»
El Mundo