Supongamos que, mientras caminamos por la calle, una persona se acerca para advertirnos que, en la cuadra siguiente, hay alguien dispuesto a asaltarnos. Si ocurriera algo así, seguramente tomaríamos alguna prevención: averiguaríamos más, cambiaríamos de rumbo, llamaríamos a la policía, etc. Bueno, más o menos, eso es lo que está ocurriendo en la provincia. Sabemos quiénes, cuándo y cómo nos quieren robar. Ya estamos avisados.
Por supuesto, hay diferencias entre ambas situaciones. El uso de una analogía permite comparar dos fenómenos, para describir uno en términos del otro. La relación hace posible establecer semejanzas y diferencias.
En estos momentos, hay una fuerte presión del gobierno provincial para lograr que la Legislatura convalide un reendeudamiento que tendrá impactos muy negativos en el futuro de Chubut. Es un paso más en un deterioro financiero que nadie en el gobierno, tanto en el Poder Ejecutivo como en el Legislativo, quiso o pudo detener.
Las sucesivas gestiones de Das Neves, Buzzi y la actual nos han conducido hacia un abismo. Ahora que estamos en el borde nos piden que, sin protestar, demos un paso hacia adelante.
Crónica de una muerte anunciada
La toma de deuda pública en dólares fue un recurso utilizado en los últimos diez años por varias gestiones provinciales, que contaron con el aval y el silencio cómplice de la Legislatura y de buena parte de la prensa «oficial». Hoy la provincia transita por un camino de déficit progresivo en el que solo puede endeudarse para prolongar su agonía.
Ninguno de los gobiernos de turno explicó públicamente los riesgos que implicaba la deuda que contrajeron o la que desean contraer ahora. Por supuesto, formularon discursos superficiales, simplificadores y engañosos, pero no advirtieron con claridad y sinceridad que finalmente llegaríamos a esta situación: el monto de las deudas es muy superior al de los ingresos y, además, la provincia comprometió las regalías petroleras como garantía de pago. Ahora, pretende asignar «fondos de la Coparticipación Federal de Impuestos y otros ingresos provinciales» (ver: https://www.elextremosur.com/nota/25264).
Lo cierto es que no sabemos adónde fue a parar la plata que vino a partir de esas deudas, pero sí sabemos que, si el Estado sigue contrayendo deudas para pagar deudas, la provincia tendrá un futuro trágico y desolador. Y la perspectiva es triste porque, potencialmente, Chubut podría tener un mejor presente y un mejor futuro. Y eso es lo que pretenden robarnos (otra vez) en la cuadra siguiente.
Cuando un gobierno va a contraer una deuda que va a afectar a los próximos gobiernos y a la vida de los ciudadanos durante cinco o más años, tendría que esmerarse en plantear el escenario con claridad. Es una cuestión básica de honestidad política. En política, se suele decir «el que avisa no traiciona». Bueno, al pueblo nunca le avisaron.
Al final, la culpa es de todos (menos de ellos)
Una forma demagógica de diluir las responsabilidades políticas es decir «Todos tenemos la culpa» o algo parecido. Entonces, quienes ejercen el poder en la provincia y toman estas decisiones estructurales parecen tener la misma responsabilidad que una maestra jardinera o un empleado bancario. «Todos tenemos la culpa» equivale a afirmar «Nadie es culpable». La deuda externa se contrajo sola, la provincia se endeudó por accidente, mágicamente.
El ministro de Economía Oscar Antonena justificó la crisis provincial en esa línea: «Sobran empleados públicos». Un funcionario de ese rango no debería deslizar una afirmación tan ligera.
El análisis de la planta de empleados debería ser objeto de un proceso democrático y riguroso. Puede ser posible que en algunas áreas haya empleados que no estén trabajando como debieran o como podrían y también que, en otras, los empleados sean insuficientes.
Lo que Antonena no dice es que cada gestión es responsable del ingreso de una gran cantidad de ñoquis y acomodados. Pensemos, si no, en las denuncias formuladas contra la exministra de Educación Graciela Cigudosa por los nombramientos de familiares (de ella y de otros funcionarios) en cargos docentes que no ejercían. Esa práctica ya estaba instalada de antes, en el gobierno.
Pero Antonena no se refería a estos casos. Tampoco se refirió a los funcionarios denunciados por causas de corrupción. Esos también sobran. Pero seguro que el ministro, con su dedo acusador, mira para otro lado.
Saqueo y espejitos de colores
También resulta que, en el territorio chubutense hay metales que despertaron la ambición de capitalistas internacionales, que, ante la debilidad del Estado chubutense, ven una oportunidad de oro.
La Ley de Minería aprobada por Menem y mantenida por todos los gobiernos posteriores les asegura un saqueo legal. Se pueden llevar todo y dejarnos unas pocas migajas. Bueno, además de migajas, también pueden dejar mucha contaminación. Por supuesto que, cuando ofrecen su «exitosa alternativa» proponen un control transparente, una tecnología de punta, un extractivismo sustentable y un gran compromiso social.
Estos grupos también están en la cuadra siguiente, esperando su oportunidad para robarnos. Esperan que se habilite la megaminería, que la gente crea sus promesas, que la desesperación y la crisis los obligue a resignarse y que, finalmente, los legisladores levanten la mano.
Trabajan en conjunto, con gobiernos como los que padecemos. Es un mecanismo de tenazas. Por un lado, el gobierno nos conduce a una crisis cada vez más grave, cada vez más asfixiante. Por otro lado, aparecen las cámaras y empresas mineras con sus espejitos de colores.
Solo les falta decirnos «¡Arriba las manos! ¡Esto es un asalto!». Pero no necesitan revelar sus intenciones. Para eso, utilizan medios de comunicación para difundir sus engaños, para legitimar su propuesta, para intentar convencernos de que no son el problema, sino, al contrario, la solución: la única solución.
Pero ya nos dimos cuenta de que eso no es cierto. Solo nos falta organizarnos y ponernos de pie para decirles «No». «No nos roben nunca más».
Y, si hace falta mucha energía para cambiar las cosas, aunque sea difícil, podemos hacerlo, porque no hay energía más fuerte que la de un pueblo despierto.
Por: Sebastián Sayago