El domingo, día del fútbol por excelencia, homenajeó en su esencia más tangible y también abstracta a Diego Armando Maradona, con el destino escribiendo guiones de película como el gol de su nominado sucesor en la Tierra, Lionel Messi, o el capitán de «su» Nápoli, Lorenzo Insigne, haciendo lo propio en Italia.
Hubo algo especial hoy, tanto que hasta pareció sobrenatural, porque no parecieron casualidades todas las dedicatorias preparadas pero no programadas, que le brindaron a Maradona en distintos lugares del planeta, como si la «Mano de Dios» las condujera desde algún lugar para que sucedieran cuando tenían que suceder, en el momento y lugar apropiados, pero sin que nadie lo autorizara sino él.
Es la única explicación posible para entender que, por ejemplo, habrá sido Diego, desde arriba, como el Dios del fútbol que es, quien hizo que en la mañana argentina Messi tuviera la fe suficiente como para confiar en que iba a marcar un golazo con sello maradoniano, y por eso, sin contárselo a nadie, se puso debajo de la camiseta azulgrana de Barcelona la rojinegra de Newell’s.
Porque se hizo desear ese tanto de «Lío», que llegó recién cuando faltaba poco más de un cuarto de hora para finalizar el encuentro y fue el cuarto y último de la goleada por 4 a 0 sobre Osasuna. Que hubiese pasado si Messi no lograba convertir en esos 90 minutos es un misterio, algo que con su aura propio y la «bendición» de Diego, seguramente se lo permitió Dios.
Eso provocó inmediatamente que la mitad de Rosario estallara de emoción y se sumara al homenaje con los hinchas lanzados a las calles desde el centro de la ciudad hasta el humilde barrio La Tablada donde se crió «Lío».
Y también habrá sido Maradona el que direccionó el tiro libre de Insigne, que fue quien motorizó los homenajes previos al partido que el Nápoli, como un designio, le ganó a la Roma por el mismo marcador: 4 a 0.
Porque esa conquista señalada a los 30 minutos exactos del primer tiempo para abrir la goleada fue la que lo llevó a tomar nuevamente en sus manos la camiseta argentina con el 10 que había depositado en el círculo central en el arranque del encuentro, y pasearla a la vista de todo el mundo televisivo, y ofrendarla al cielo como para que Maradona lo viera.
Y lo mismo sucedió con otro autor de un gol de tiro libre como el colombiano Edwin Cardona sobre los 10 minutos del primer tiempo en otro templo que endiosó a Diego como la Bombonera. Como si ese instante también hubiese sido preparado por Boca para anotarle a Newell’s, que ya había tenido su recompensa unas horas antes en el Camp Nou.
La camiseta argentina que después Ramón Ábila puso debajo del palco que la familia Maradona tiene en la cancha de Boca y que provocó un conmovedor llanto de su hija Dalma fue otro homenaje no preparado, pero que sucedió en el minuto exacto.
Desde todas las latitudes, en todas las categorías, del fútbol y de cualquier otro deporte, pero esencialmente del fútbol porque el domingo es su día, por más que los calendarios diversifiquen las programaciones hacia la mayoría de los días de la semana, a Diego se lo tuvo presente, omnipresente, siempre presente.
Diego cumpliría mañana, 60 años y un mes de vida, pero se fue cinco días antes, dejando un vacío en el fútbol en general, y en los argentinos en particular, que heredaron su apellido cada vez que fueron reconocidos como tales en cualquier lugar, hasta los más recónditos del mundo.
«El sol en su retirada, va arrastrando de oro bajo, dejando un dorado tajo en las mesas estropeadas. La canilla mal cerrada, al salpicar el estaño, parecen llorar los años con lagrimitas plateadas», recitaba el, poeta y letrista de tangos argentino Hector Gagliardi, que nació un día como hoy de hace 111 años.
Seguramente esa poesía popular se la podría haber dedicado a Diego hoy, para cerrar un domingo que con fútbol homenajeó a Diego, pero que sin Maradona dio muchas ganas de llorar.