Comodoro Rivadavia celebró esta semana 122 años de vida, y los festejos fueron disfrutados por miles de personas. Pasado el momento sagrado del festejo, es preciso reflexionar sobre su historia y sobre su futuro. La otrora «capital nacional del petróleo» está frente a una de sus mayores crisis históricas, que recién comenzó a impactar en materia petrolera, económica y social. El problema va más allá del presente, y hay que buscar las claves en el fracaso que vienen experimentando la ciudad y el conjunto de la provincia desde hace por lo menos 50 años.
No hay desarrollo a la vista, la cuestión petrolera va en decrecimiento y tanto Comodoro como el conjunto de la provincia han desaprovechado las oportunidades que tuvieron de encontrar caminos equilibrados y sostenibles de desarrollo equitativo. Sigue faltando agua como hace más de un siglo, el petróleo soluciona cada vez menos las necesidades socio económicas chubutenses y hay porciones de la provincia -como la Comarca Andina del Paralelo 42 y gran parte de la Meseta- que se encuentran completamente a la deriva y a la buena de Dios.
Chubut ha sido en las últimas cinco décadas una provincia donde una minoría hizo grandes negocios en el sector privado a costa del sector público, siempre obteniendo prebendas y seguridades para sus inversiones. El sector privado empresarial y productivo y una parte del comercial se han beneficiado de los recursos públicos y le han dejado poco y nada al conjunto de la sociedad.
La clase política dirigente, tanto la actual como la de décadas anteriores, ha sido incapaces o no se han propuesto modificar esta realidad. Ha dormido sobre los laureles «que supimos conseguir» por gracia de la naturaleza, sin planificar seriamente. La famosa «teta del Estado» siempre ha dado leche para que unos pocos acumulen en detrimento de una comunidad chubutense estructuralmente empobrecida; más allá de los altos sueldos que se cobran en el petróleo, tareas en las que se dejan jalones de vida en el campo.
Sociedad sin futuro
Comodoro como eje petrolero y Chubut como una provincia con notables recursos, aparecen en conjunto como una paradójica sociedad sin destino. No existe un plan de desarrollo productivo equitativo y distributivo. La provincia desaprovechó todas y cada una de las oportunidades de desarrollo que fueron apareciendo a lo largo de cinco décadas, y las pocas que supo aprovechar no mejoraron sustancialmente la calidad de vida de sus habitantes.
Los últimos proyectos «serios» de desarrollo para la provincia los encaró el Estado nacional, desde el descubrimiento del petróleo hasta finales de la década del ’60. Luego todo fue en franco retroceso y los escasos procesos de evolución quedaron en manos del capital privado. Ya en los ’90 el estatismo terminó pulverizándose con las privatizaciones y la provincialización de las prestaciones esenciales, como la educación, la salud y los servicios públicos.
Al «no futuro» imperante desde hace 50 años, ahora se le suma una nueva crisis a raíz de que Vaca Muerta absorbe casi todas las inversiones y las prioridades de un Estado nacional desesperado por la obtención de dólares para pagar la deuda externa con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
El problema es estructural porque no hay una visión de desarrollo, menos aún equitativo y en base a la distribución de la renta, porque no hay que olvidar que el Estado es el dueño de los recursos y el que debería fijar las pautas productivas de la provincia.
¿Cuál es hoy la oportunidad de desarrollo más relevante para Comodoro Rivadavia y Chubut? La respuesta es incierta; aunque los cartones pintados con los que se busca crear el imaginario colectivo de un futuro posible se van despintando con el paso del tiempo y el deterioro de ideas superficiales o jamás analizadas exhaustivamente.
Del desarrollismo al privatismo
Cuando arrancó Comodoro haciendo punta en Chubut y la región de la Cuenca del Golfo San Jorge, el desarrollo a partir de la explotación petrolera dio sus frutos. La sociedad que se creyó el emirato patagónico de Dubai estaba basada en un Estado fuerte que se cargaba sobre sus hombros el desarrollo local y regional, pero tenía la perspectiva puesta en lo nacional.
El estatismo paternalista mosconiano tuvo una larga y benefactora impronta para la región, expandiendo sus beneficios al conjunto de la provincia. Chubut siempre dependió de YPF y de las regalías petroleras.
Inclusive hoy en día el 30% de los ingresos de la provincia proviene de la actividad petrolera.
Son esos mismos recursos los que sirvieron para ser despilfarrados como «garantía» en los últimos 20 años para sostener los endeudamientos tomados en la provincia y dejarla con un grillete eterno de vencimientos en dólares.
Dos décadas más tarde la mayoría de las obras para las que se tomó tanta deuda en dólares no existen y los vencimientos ahogarán las cuentas públicas por varios años más. Eso sí, políticos enjuiciados o presos por la emisión o la aprobación legislativa de la deuda no hay ninguno -ni seguramente habrá en el futuro-.
El desarrollismo estatista de YPF y las demás empresas nacionales llegó a su tope en las décadas del ´60 y ´70. Hasta ahí llegaron las últimas grandes oportunidades de Chubut y Comodoro para pensar en auténticos desarrollos a futuro, que fueran consistentes en el tiempo y que generaran condiciones favorables para el crecimiento de la infraestructura. Finalmente, como está a la vista, nada de eso sucedió.
Sueños esfumados como gas venteado
El gasoducto general San Martín, que fue deseñado para sacar el gas que se venteaba en la Cuenca en los años ’60, y la represa de Futaleufú -creada para generar una enorme cantidad de energía eléctrica en los ’70- fueron las dos últimas mega obras encaradas por Nación y que la provincia desaprovechó de manera cuasi criminal.
El gasoducto había tenido su primera etapa a finales de los años ’40, en tiempos de Juan Perón, cuando Gas del Estado concretó la conexión de la provincia de Buenos Aires con Comodoro Rivadavia. En ese momento el futuro estaba golpeando las puertas de Chubut y el desarrollo podía venir de la mano del uso del gas natural por redes, que se expandiría a todo el país e inclusive al extranjero.
En 1965 se concretó el segundo gasoducto que uniría Cañadón Seco con la gran urbe, la Cuenca estaba de parabienes y era pionera en el transporte de gas para el uso domiciliario e industrial. Luego llegarían muchos otros desarrollos similares en el resto del país para aprovechar los yacimientos gasíferos.
Salvo en aquellos primeros años del inicio del transporte gasífero, Comodoro y la Cuenca nunca más volvieron a ser el epicentro de la explotación de este hidrocarburo. Por el contrario, perdió el liderazgo y con la irrupción de los yacimientos neuquinos a fines de los años ’70 la zona fue quedando rezagada, dejando pasar una oportunidad histórica durante casi tres décadas.
Loma de la Lata -como antecesora de Vaca Muerta- tomaría la delantera desde la Cuenca Neuquina después de su descubrimiento en 1977 y no la dejaría nunca más. El gas era para esa cuenca y el petróleo para la San Jorge en una distribución de roles que habría que profundizar en la historia para dilucidar si fue azarosa o premeditada.
Energía para uno solo
El otro gran ejemplo a considerar como la última gran oportunidad desperdiciada por Chubut fue el de la represa de Futaleufú, que abastece de energía a la planta de aluminio de Aluar. Para concretarla se inundaron enormes zonas de paisajes naturales en Amutui Quimey, que en mapuzungun significa Belleza Perdida.
El complejo hidroeléctrico se comenzó a construir en 1971 y se concluyó durante la última dictadura militar, en 1978. El objetivo fue el de abastecer de energía eléctrica, atravesando toda la provincia de Oeste a Este, a una Aluar controlada en el comienzo de los ’80 por el Estado.
Pero esa experiencia del estatismo controlando a la mayor productora de aluminio del país y la región no duró mucho, pasando casi inmediatamente a ser controlada por los capitales privados y del grupo liderado por Javier Madanes Quintanilla.
Aluar es otro ejemplo de Estado «bobo» del que los capitales privados se terminan beneficiando para sacar suculentas ganancias. Al mismo tiempo, es la paradigmática muestra de cómo una mega obra que podría haber generado enormes oportunidades para la provincia de Chubut terminó siendo un negocio absolutamente privado.
El fin del estado benefactor y las mega obras
Después del gasoducto y Aluar no hubo más obras de gran magnitud en Chubut. Allí se truncaron las oportunidades históricas para la provincia y los peor es que la escalada de los precios internacionales del crudo después de la crisis de 1973 -que originó la creación de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo (OPEP)- fueron consolidando la idea de una clase política dirigente que se conformaba con lo que derramaba el petróleo. Con eso les bastaba y consideraban que no hacía falta ir por más.
Tras el destrozo que hizo la dictadura militar con YPF y el proceso privatista que encaró el peronismo en los ’90 a través de su versión menemista, el «no futuro» se instaló para quedarse.
Las migajas que atraparon las provincias productoras de petróleo por mandar a votar a mano alzada la privatización de YPF o Gas del estado solo tuvieron como contrapartida unos pocos millones de dólares cobrados por regalías mal liquidadas.
El menemismo desguazó las empresas estatales, pero lo hizo con la complicidad del kirchnerismo en Santa Cruz y su plazo fijo colocado en dólares en bancos internacionales y del maestrismo radical en Chubut con su revolución productiva de chinchillas y tulipanes. A eso se sumaron las gestiones de Sobisch y Sapag del MPN en Neuquén y muchos otros gobernadores de cualquier tendencia vinculante nacional o provincial que manotearon lo que llovía del cielo.
Al tiempo que se desmantelaba el Estado y su impronta benefactora/desarrollista, el Titanic al que se subieron Chubut y Comodoro iba naufragando lentamente sin futuro y a la deriva. Se podía sobrevivir, a veces mejor y otras no tanto, pero la idea de construir un futuro diferente desde lo social y estructural nunca estuvo en juego.
La oportunidad eólica y un acueducto corroído
Quizás la última oportunidad de encarar un proceso de desarrollo serio y con perspectiva fue el de la energía eólica generada desde Comodoro como uno de los puntos más adelantados de la Argentina, la región y el mundo.
El pionero Parque Eólico Morán fue quizás la oportunidad histórica más importante que se dejó pasar cuando las renovables todavía no asomaban con fuerza como opción al recambio, lejano y casi imposible de concretar en la realidad, de matriz energética.
Sin embargo, esa oportunidad generada a mediados de los ’90 también fracasó o se dejó pasar total, con la idea falaz de que «había tiempo y plata». Su reflejo más triste y patético pudo verse hace poco tiempo con la imagen de los viejos molinos de la SCPL derrumbándose en medio del óxido y la estepa desértica.
La mega obra que se recordará como una posible solución a uno de los problemas centrales de la zona sur provincial fue la del acueducto inaugurado en 1999, hoy invadido por la corrosión y las roturas. Se pueden repotenciar los caños, pero la cuestión de fondo pasa por equilibrar los desarrollos para no seguir dependiendo de las migajas en formato de dádivas que deben suplicarse cual mendigos a aquello que pueda llegar desde Nación o el sector privado.
Como escribió Cristian Aliaga en su editorial para el aniversario de Comodoro, «nos bebimos entero al Colhué Huapi y nos estamos tragando todo el Musters»; mientras tanto un problema central como el del agua sigue irresuelto como cuando los pioneros fundaron la ciudad. Ahora ni siquiera hay carreros que traigan el agua.
El no futuro y la ausencia plan para el desarrollo
En definitiva, ni Comodoro es El Dorado o Texas y menos todavía Chubut encarna a la Ruta de la Seda. Lo que sí es real es que no hay desarrollo ni futuro, ni qué hablar con salidas simplistas que buscan el dinero fácil en la minería, el litio o los no convencionales de la formación de fracking D-129.
Se dilapidaron 50 años de oportunidades y ahora, en el mejor de los casos, hay que vivir al día. Atajando las piedras que desprende el Cerro Chenque; buscando agua donde no hay; prometiendo mejor educación con escuelas escuálidas y docentes pobres; con una Comarca Andina que se asemeja a Kosovo o Ucrania, invadida por los incendios y los cortes de luz permanentes; con deslaves comodorenses que arrasan con las ilusiones en lluvias torrenciales; con una estructura social y habitacional completamente insuficiente y vetusta.
Encontrar motivos para ilusionarse es más que difícil en una provincia como Chubut y una ciudad como Comodoro Rivadavia atrapados por la incertidumbre. Se podrá seguir haciendo el aguante para resistir como sociedad, pero de no cambiarse las condiciones estructurales y de fondo en la política, el «no futuro» seguirá ganando terreno en la cotidianidad de la vida.
Los recursos naturales se manejan en favor del capital privado como en una antigua colonia; las necesidades básicas sociales están insatisfechas. Ni siquiera le ponemos valor agregado a lo que se extrae o produce en estas tierras, y lo que es peor es que todo eso va descendiendo peldaño por peldaño con el paso del tiempo y el infierno del Dante parece aproximarse de manera inexorable.
Es un sacrilegio o un despojo vinculado al saqueo -según las ideologías o las creencias que se profesen- que Chubut en su conjunto y Comodoro en particular hayan llegado hasta el inframundo.
Lo peor es que la clase política dirigente no solo lo ha permitido, sino que lo ha acompañado a la lo largo de medio sigo. La perspectiva es que el panorama se haga aún más complejo y se profundice con el paso del tiempo. Ni qué hablar de los libertarios y sus ideas, que ahora parecen tomar vuelo en una provincia sin brújula.
No alcanza con buenas intenciones, promesas, declamaciones perfumadas o cosméticos proyectos inviables que se presentan como salvadores. Sin un plan de desarrollo profundo que cambie todo lo necesario para acomodar la nueva realidad no habrá cambios de fondo, y sin recursos no puede desarrollarse ninguna transformación profunda.
Los recursos naturales podrían proveer los fondos, el problema es la carencia de proyectos transformadores y sustentables en el tiempo.
Para que esa dualidad aparentemente insalvable se conjugue en una síntesis superadora hace falta voluntad política, sustentación e involucramiento social. Es la hora de aplicar coherencia y de aportar ideas: ese combo no está a la vista en la góndola del «no futuro» que por ahora impera en la perspectiva.
Fuente: El Extremo Sur