Hongos de Trevelín. En Trevelin, provincia de Chubut, funciona uno de los pocos laboratorios del país dedicado a la producción de hongos comestibles y medicinales.
El proyecto forma parte del Centro de Investigación y Extensión Forestal Andino Patagónico (CIEFAP), un organismo interinstitucional donde confluyen las cinco provincias patagónicas en un espacio que explora el mundo fungi.
Juan Monges es técnico del área de Patología y Microbiología Aplicada del CIEFAP, uno de los responsables del laboratorio de producción de hongos. «Yo estoy a cargo de la producción de blancos», explicó.
Comúnmente los blancos se conocen como «semillas», aunque el término técnico es inóculo micelial: el cultivo inicial del hongo que luego permite su reproducción en sustratos naturales o artificiales.
El proceso comienza en el laboratorio. “Nosotros esterilizamos semillas de cereales, las hidratamos y luego las inoculamos con la cepa del hongo que nos requieran”, enlistó Juan. Ese material es colonizado por el micelio que se convierte en la base para iniciar cualquier cultivo. «Luego se lo enviamos a los productores».
A partir de ahí, ellos eligen el método que mejor les parezca para cultivar. Monges detalló que son dos: Una de las más tradicionales es el cultivo en troncos. “Se cortan troncos de álamo o de sauce, y a las pocas semanas de cortados se los puede sembrar», explicó.
De ese modo, los productores logran una cosecha estacional, habitualmente en otoño, que simula el crecimiento natural del hongo en el bosque. Esta técnica también es utilizada en el laboratorio ya que sirve por ejemplo para el proceso de investigación.
Otra técnica, más intensiva y continua, es la del cultivo en sustratos. Allí se utilizan residuos vegetales como aserrín (especialmente de carpinterías o aserraderos), pajas de rastrojo o gramíneas.
“Hemos tenido pedidos de toda la Patagonia fundamentalmente, pero también de Buenos Aires, Córdoba, Tucumán y Santa Fe”, señaló. En lugares como Neuquén, Río Negro o Viedma, el cultivo de hongos en troncos ya está bastante difundido. «Esas chacras fueron las que empezaron en Patagonia hace muchos años con el cultivo en troncos, y cada vez se suman más que lo hacen en cámaras de cultivo, con producción continua todo el año”, agregó.
En el laboratorio trabajan con decenas de cepas. La mayoría de estas tienen la particularidad de degradar la madera.
«Los hongos más cultivados son las Girgolas, cuyo nombre es Pleurotus ostreatus, que son inmunomoduladores, como la mayoría», dijo el especialista, es decir, que mantienen el sistema inmunológico para defensas en óptimas condiciones en el organismo.
Entre las cepas más trabajadas también está la del shiitake (Lentinula edodes), que es comestible y también medicinal. Melena de león (Hericium erinaceus), es otra cepa trabajada, un hongo muy buscado por sus beneficios sobre el sistema nervioso: “Se ha comprobado que ayuda a regenerar las neuronas. Se lo recomienda como un tónico cerebral y se está usando en algunas terapias contra el Alzheimer”.
Otra cepa muy particular es la de reishi (Ganoderma lucidum), un hongo no comestible por su dureza, pero que se consume en forma de polvo o cápsulas. “Es exclusivamente medicinal”, indica. El maïtake (Grifola frondosa), en cambio, es comestible y tiene excelentes propiedades como mejorar la respuesta a la insulina, útil en tratamientos contra la diabetes. Según publica Rio Negro.
El trabajo en el laboratorio no termina en la producción, sino que cumple un rol clave en la investigación. Monges cerró: «Hay todo un equipo de psicopatología y microbiología aplicada que hace toda la investigación en los sustratos que hay disponibles para la producción de hongos«.