La escena es de desesperación: cinco niños, de entre 8 y 12 años, pelo engominado, corren con todas sus fuerzas por una calle de tierra en el barrio de La Boca, Buenos Aires. Buscan al resto de sus amigos, la noticia que tienen no puede esperar. Es el año 1946 y los sucesos urgentes se dicen —se gritan—, cara a cara. Cuando el grupo da con el primero de su pandilla, y le relatan el episodio, la noticia se entrecortaba entre bocanadas de aire: «Bobby», dijeron, haciendo una pausa para recuperarse y tocándose el pecho. «Se llevaron a Bobby».
En los primeros días de enero de 1946 un particular hecho alarmó a un grupo de 36 niños del barrio de La Boca, por entonces un distrito de corte obrero y que había construido sus bases con las primeras oleadas migratorias de italianos y españoles a fines del siglo 19, quienes arribaron a la Argentina en búsqueda de un futuro más próspero. Aquella jornada de verano, Bobby, un perro callejero y sin dueño que pasaba sus días deambulando al costado del río y jugando con todo el que se le acercaba, había sido capturado por ‘la perrera’: un camión gris y azulado que recorría la ciudad en busca de canes andrajosos y que hacían de la calle su hogar, para luego llevarlos a un centro de alojamiento.
La noticia recorrió La Boca entera: los más pequeños corrían a sus casas para anoticiar a sus padres, quienes apenas respondían con una palmada en la cabeza, mientras Bobby se retorcía por acomodarse en un pequeña celda. Pero la incomprensión de los adultos no detuvo a los menores, ellos querían recuperar a su mascota a cualquier precio. Fue así que juntos idearon un plan: reunirían el dinero suficiente para pagar la multa en la ‘penitenciaria canina’ y volverían a ver a su perro pasearse en su estado natural: libre. Sin embargo, la tarea no era sencilla. 20 pesos (50 centavos de dólar) exigía la perrera para liberar al mejor amigo del hombre, una cifra elevada en la época y aún más para hijos de trabajadores de fábricas y talleres metalúrgicos.
Fue entonces que comenzó la odisea de los 36 niños. Decidieron ir en busca de aquel dinero, resignando sus regalos por el día de los ‘Reyes Magos’ que se aproximaba, o el escaso ahorro que guardaban en sus casas. Centavo a centavo, lograron recolectar el dinero solicitado y todos juntos ‘compraron’ la libertad del cachorro. El gesto solidario de la pandilla, como la captura del can, también invadió las calles del barrio e incluso llegó a la prensa local. Los diferentes matutinos hablaban de los ‘pequeños héroes’ de La Boca que recuperaron a su ‘amigo’ de las ‘garras’ de la perrera. Pero en particular, la historia llegó a un vecino que, desde siempre, pregonó la unión y la caridad en ese particular barrio: el emblemático pintor Benito Quinquela Martín.
Por entonces, Quinquela Martín se había convertido no solo en un reconocido artistas plástico de Argentina y el mundo, con una obra que desconcertó a todos al retratar como ninguno postales de su propio vecindario y lugar de nacimiento, sino que también era un filántropo. Su extensa trayectoria le permitió donar a su comunidad terrenos para la construcción de un museo, un centro hospitalario y dos escuelas, a donde en una de ellas asistían los ‘pequeños héroes’.
Al conocer la hazaña de los jóvenes, Quinquela decidió que debían ser homenajeados como corresponde y realizaron un acto público en donde él mismo le entrego a cada niño una medalla y una estatuilla en agradecimiento por su ímpetu para traer a Bobby de regreso a casa. Hoy, 74 años después de la enternecedora escena, el museo que lleva el nombre del artista busca reunir nuevamente a los amigos para premiarlos.
«Él tenía una preocupación ética de que el arte cumpla un rol social en la comunidad. Sus inicios fueron muy humildes y ese aspecto estuvo arraigado en sus pinturas, murales y esculturas. Hoy, gracias su legado, las instituciones que creó mantienen esa misión solidaria», explica Víctor Fernández, director del museo ‘Benito Quinquela Martín’, en diálogo con RT.
Fernández fue quien impulsó la idea de rastrear a esos niños para homenajearlos de nuevo y que hoy, según sus propios cálculos, deberían tener entre 80 y 90 años de edad. Pero en realidad fue el icónico pintor quien posibilitó esa noble búsqueda. Una de las particularidades de Quinquela era su metodología ardua y prolija de trabajo. Registraba cuidadosamente en cuadernos y biblioratos los sucesos que acontecían a su alrededor y la historia de Bobby, por supuesto, no podía faltar.
«Atesoraba todos las noticias que le parecían relevantes y las guardaba en la biblioteca de su casa y que hoy se transformó en el museo que custodia la mayoría de sus obras. Todos los recortes de periódicos respecto al perro y los chicos fueron archivados, junto con otras cosas que le interesaban. Su amor por La Boca y la filantropía no podían ignorar esta historia», explica Fernández, quien es vecino del barrio y artista plástico.
La búsqueda de los ‘pequeños héroes’
Aunque la búsqueda de los 36 protagonistas de 1946 comenzó hace varios meses, todavía las autoridades del museo no han podido contactar a ninguno. Según explica su director, muchos han fallecido y apenas lograron llegar a familiares cercanos, que desconocían la hazaña.
«No perdemos las esperanzas de hallar a alguno, aunque ya buscamos por todas las alternativas posibles. Fuimos incluso a la escuela donde asistían los niños, y que donó Quinquela, para buscar algún dato sobre sus posibles direcciones. También consultamos a personas de avanzada edad que vivieron toda su vida en La Boca, pero muchos no recuerdan lo sucedido», detalla el artista plástico.
El objetivo de la institución es entregarles un reconocimiento, pero también traer de vuelta a Bobby. Actualmente, están en rotativas para generar su imagen a través de una modalidad virtual interactiva similar al popular juego ‘Pokemon Go’, donde por intermedio de unos anteojos 3D, se visualizará la figura del can, al mismo tiempo que se aprende sobre la historia del arte en el país.
«Este vecindario se construyó sobre la base de la solidaridad, un ejercicio de vínculo en comunidad que no hubiera sido posible sin los primeros inmigrantes que convivían todos juntos en los grandes conventillos de la época y así como los delito de lesa humanidad no prescriben, las buenas acciones tampoco. Por eso queremos llevar adelante el homenaje», finaliza Víctor Fernández.
Bobby, ¿el perro de la mala suerte?
La algarabía de los niños cuando recuperaron al perro adoptado por toda La Boca duró solo unos meses más. Bobby era el protagonista de una nueva historia que implicó la asistencia de la pandilla que lo salvó. Esta vez, según relatan las crónicas de la época, fue por culpa de un auto que atropelló al animal, dejándolo mal herido y aullando en la calle.
Otra vez, pedía el rescate de sus ‘dueños’ quienes se acercaron para asistirlo de inmediato, rasgándose parte de sus prendas para vendar sus heridas y llevándolo de urgencia a la Sociedad Protectora de Animales, que no cobraba por sus servicios. Allí fue asistido mientras los 36 niños lo visitaban por turnos y quienes —explican los matutinos—, velaban y rezaban por su suerte. Luego del suceso, no hubo más noticias sobre su salud.