Mediados por pantallas y con nuevos formatos, los talleres se instalan como una opción para afianzar el vínculo con la lectura y la posibilidad de producir nuevos sentidos en la práctica narrativa.
Mediados por pantallas y con nuevos formatos, los talleres de escritura sumaron participantes durante la cuarentena y se instalan como una opción para afianzar el vínculo con la lectura y la posibilidad de producir nuevos sentidos en la práctica narrativa desarrollada a lo largo de encuentros que se establecen como rituales centrales en tiempos de aislamiento.
Paula Puebla, Mariana Skiadaressis, Santiago Craig, Gabriela Borrelli y Jorge Consiglio son algunos de los que están al frente de estos espacios creativos por estos días y, desde sus diferentes perspectivas y experiencias, dialogaron con Télam sobre el desarrollo de grupos conformados antes de la cuarentena o que se armaron a partir del aislamiento.
Borrelli, periodista y escritora, lleva adelante un taller de poesía que venía haciendo en el Palacio Barolo y se trasladó al zoom. A ese espacio sumó un curso virtual impulsado por Ediciones Futurock que, explica, «no tiene la características del taller en tanto la participación de los encuentros no es tan activa como en un zoom, ya que es por el streaming de la radio».
«Está funcionando muy bien. Lo íbamos a dar por diferentes ciudades y si bien ahora no tenemos encuentros físicos, la posibilidad del streaming lo hace más amplio y acorta un poco las distancias. Hay interacción, preguntas que yo voy respondiendo y un ejercicio de escritura que se entrega en la semana», cuenta sobre el curso que dicta los sábados y en el que participan desde distintas provincias hasta interesados desde Berlín, Estados Unidos y Uruguay.
«Es un taller en un 70% de lectura y un 30% es de escritura porque hay escritura de crónica, relatos breves, cartas. Es un recorrido ficcional por ensayos feministas, disidentes y queer», explica.
Las escritoras Puebla y Skiadaressis comenzaron su taller a inicios de 2019 en forma presencial y luego del receso de verano, lo retomaron a principios de marzo 2020, en la librería Mandrágora de Villa Crespo.
«Solo llegamos a tener dos encuentros allí porque la cuarentena nos obligó a trasladarnos al modo virtual. En este nuevo formato, recibimos muchas consultas de los lugares más diversos del país. El número de alumnos se triplicó y tuvimos que abrir un grupo nuevo. De hecho, estamos pensando en abrir otro. No hubiéramos imaginado esto ―nada de esto― si nos consultaban en marzo», cuenta Skiadaressis, autora de la novela «La felicidad es un lugar común».
Puebla explica que todas las semanas envían a los talleristas un texto, un cuento, una noticia, una crónica con una consigna, ellas reciben lo que produjeron unas horas antes del comienzo del taller, corrigen, hacen marcas, comentarios y en el encuentro virtual se da el momento de la lectura.
«Aunque intentamos no alterar el modelo de taller con el que arrancamos, desde ya que la lógica se vio afectada como consecuencia del trabajo remoto. De todos modos, notamos que hay una necesidad de escritura mayor. Quizás porque tenemos más tiempo. Asunto que, en el mejor de los casos, se traduce en una mayor introspección», reflexiona.
La autora de «Una vida en presente» y «Maldita tu eres» analiza que «la cuarentena tiene un efecto fuerte, muy interrogante, sobre nuestras subjetividades, sobre el mundo. Funciona como un espejo que nos devuelve ‘más verdad’, que trastoca todos los órdenes, y parece ser un contexto propicio para que la escritura nazca con otra vehemencia. Pareciera que volvió a emerger el rasgo vital en el sencillo acto de sentarnos a escribir en compensación con lo dificultoso que se hace leer mediante una pantalla».
Al frente de una materia del segundo año de Casa de Letras, una carrera de escritura creativa, donde dicta tres talleres vía zoom y de clínicas de trabajo individuales, Consiglio asegura que «el encierro nos afecta a todos, tenemos una angustia bárbara porque no tenemos una idea de futuro, la conexión el mundo está limitada. Antes que una situación de reflexión sobre la literatura, es un encuentro».
Sus talleres comenzaron junto con la cuarentena y en las clínicas algunos ya venían trabajando sus proyectos y otros arrancaron en estos últimos meses.
«En las clínicas son encuentros de hora y media y vemos un texto que recibo previamente y trabajamos uno a uno con la persona. La lectura es en cuanto al texto como sistema. No con verdades a priori sino cómo resuena el texto, el narrador, el tiempo, el espacio, la progresión dramática, los personajes. Si eso funciona cohesivamente», explica.
Autor de libros como «Hospital Posadas» o «Villa del Parque», Consiglio nota «una necesidad de comunicarse» y dice que «la situación de encierro se escucha en los textos y no porque se esté escribiendo sobre una distopía sino porque hay un sonido en particular que es el de los textos escritos en este momento que les da una identidad porque la pandemia es un sonido que atraviesa el texto».
La situación de encierro se escucha en los textos y no porque se esté escribiendo sobre una distopía sino porque hay un sonido en particular”
JORGE CONSIGLIO
Craig está al frente de cuatro talleres que tienen una dinámica «todo lo similar que puede ser en este momento» a cómo venía trabajando y que trasladó al Google Meet.
Los encuentros duran entre dos y tres horas, suelen ser entre las 19 y las 21 y hay lectura y devolución pero el intercambio sigue terminado el ritual a través del trabajo en documentos compartidos, donde van dejando comentarios, dudas y consignas disparadoras y a su vez, se pasan recomendaciones, links de películas en los grupos de Whatsap y Facebook que armaron.
Además de estos talleres, el autor de «27 maneras de enamorarse» y «Las tormentas» comenzó a dar, al comienzo de la cuarentena, uno gratuito para mayores de 65 años. «Lo sigo manteniendo, es una de las cosas más gratificantes de este tiempo. Algunos de los participantes se hicieron amigos», cuenta.
Al definir su forma de trabajo, Craig dice no manejar muchos imperativos, cree que «lo más positivo de los talleres es que sirvieron como espacio para relajar la obligación o someter a la propia voluntad a esa obligación de escribir o leer. Manejamos consignas pero no hay bien o mal».
«Las clases online resultan más cansadoras, en el sentido de que la lectura y la escucha, mediada por la tecnología y las deficiencias de la tecnología, se complejizan. Leer y hablar sin el cuerpo es muy difícil, hay algo sustancial que se pierde en el pasaje virtual: gestos, sutilezas, entonaciones. Plataformas como Zoom, Meet o Jitsi habilitan la posibilidad de seguir trabajando al mismo tiempo clausuran rasgos fundamentales de los encuentros», explica Puebla.
En esa línea, destaca que «el desafío es hacer equilibrio sobre esa ambigüedad. Porque sabemos que la escritura se insertó siempre en el grotesco de lo doméstico, lo sabemos como escritoras pero más lo sabemos como mujeres. Pero ahora también nos encontramos con que la domesticidad también atraviesa el taller. Oír a un alumno leer sobre una muerte cercana, un delito sexual o un descuartizamiento con su hija llorando en el fondo o su hijo tocando el violín es algo completamente nuevo tanto para nosotras como para los talleristas».