El conflicto por la minería a cielo abierto en Chubut derivó en una dura crítica de ciertos economistas hacia el ambientalismo. Desde esa mirada, la oposición a la minería a cielo abierto, el fracking para la explotación de hidrocarburos no convencionales o las fumigaciones asociadas al paquete tecnológico de la producción de soja y maíz transgénicos, está motivada en que son actividades que son un impedimento a la expansión de los sectores que proveen divisas a la economía.
Dado que la economía argentina tiene una histórica limitación externa al crecimiento, esos economistas consideran al ambientalismo un impedimento para la ampliación de las exportaciones y, por ende, un freno al desarrollo económico.
La postura antiambiental de esos economistas trasciende las fronteras entre ortodoxos y heterodoxos. Dentro de la ortodoxia, la exportación de materias primas es el eje por medio del cual hay que insertarse en la economía global. Los heterodoxos, en cambio, la ven como una fuente necesaria de divisas para sostener el desarrollo industrial, la creación de empleo y la inclusión social.
La asociación entre extractivismo y desarrollo es, sin embargo, poco clara. Más bien, la historia de la periferia y, en particular, de Argentina muestra que la explotación de los recursos naturales para la exportación de materias primas ha coincidido con el subdesarrollo. En ese sentido, la mera extensión cuantitativa de dicha fórmula no brinda ninguna garantía de estar caminando hacia el desarrollo.
Quienes creen que el uso tecnología de punta en la minería a cielo abierto, el fracking o los transgénicos, los diferencia de antiguas experiencias, desconocen que el winchester y el alambrado que acompañaron la expansión de la frontera agropecuaria a costa del genocidio de los pueblos originarios durante la “campaña del desierto” eran también, la última tecnología del momento.
Más allá de ello, es innegable que la economía argentina no podría prescindir de un día para el otro de sus principales fuentes de divisas sin caer en una crisis de gravedad. En ese sentido, la demanda de prohibir el extractivismo debe entenderse como una consigna en la lucha sociombiental que busca frenar su expansión, y revertir su eje de gravedad económica. Pero eso sólo será posible si la agenda política comienza a prestar atención a las demandas socioambientales y a construir una planificación del desarrollo que tienda a revertir la dependencia del extractivismo. Algo que ni siquiera imagina la dirigencia progresista que elogia colonialmente el new green deal estadounidense, sin animarse a pensar un plan quinquenal ambiental para el país.
El peronismo del siglo XX no postergó la atención de las demandas de justicia social al desarrollo económico, tal como reclamaban los desarrollistas de entonces. El movimiento nacional del siglo XXI no debería postergar la atención de las demandas socioambientales como pretenden los neodesarrollistas, so pena de perder su capacidad de representar a las mayorías y ser derrotados por las oligarquías liberales. La pérdida de votos de los movimientos nacionales en manos de partidos “verdes” en Ecuador y Brasil es una una advertencia que debe ser atendida.