Argentina no vivía una situación económica como la actual desde hacía 32 años. En 2022, registró una inflación anual del 94,8 %, una de las más altas del mundo.
El récord anterior, establecido en 1991, marcó el final de un ciclo de recesiones e hiperinflación (3 % de inflación en 1989, 2 300 % en 1990). Para combatirla, las autoridades alinearon el tipo de cambio del peso con el del dólar estadounidense sobre la base de 1 dólar = 1 peso. Esto permitió recuperar la confianza en la moneda argentina y frenar el efecto de impresión monetaria, es decir, la creación excesiva de dinero por parte del Banco Central, que provocaba una rápida inflación.
A pesar de estas medidas, Argentina ha tenido una inflación crónica durante décadas. Sus causas son tanto internas como externas y están vinculada a las crisis que han debilitado al país y obstaculizado su desarrollo.
Una historia económica complicada y volátil
Desde la década de 1970, el crecimiento económico de Argentina ha sido muy volátil, alternando periodos de fuerte crecimiento con periodos de crisis.
Esta inestabilidad es producto de los numerosos cambios de política económica introducidos por los gobiernos que se han sucedido en Argentina. Además, factores estructurales y cíclicos han impulsado la dinámica inflacionista del país. La financiación del presupuesto estatal vía creación de dinero y las inestables previsiones de inflación futura y de devaluación de la moneda han generado presiones al alza en los precios, ya que el Banco Central de la República Argentina (BCRA) abandonó, entre 2012 y 2016, su política de metas de inflación.
Devaluación latinoamericana
A finales de la década de 1990, muchas monedas latinoamericanas se depreciaron frente al dólar estadounidense; además, la crisis de Brasil, principal socio económico de Argentina, y la caída de los precios de las materias primas afectaron a la economía del país, que sufrió varios años de recesión (de 1999 a 2002).
Para restablecer la confianza en la economía argentina, Buenos Aires firmó en diciembre de 2000 un acuerdo con el FMI. Sin embargo, el FMI dio por concluido el programa a finales de 2001, al considerar que no se estaban cumpliendo los compromisos del Gobierno argentino en materia de finanzas públicas.
Argentina cayó entonces en el impago de su deuda y entró en una profunda crisis política y económica. En el lapso de un mes tuvo cinco presidentes interinos, a la vez que se aplicaba el corralito financiero: una medida que limitaba a 250 dólares semanales los retiros bancarios de los particulares.
Tras la crisis de 2001, las políticas económicas aplicadas por los presidentes de centroizquierda Eduardo Duhalde (2002-2003) y Néstor Kirchner (2003-2007) se basaron esencialmente en el proteccionismo, el intervencionismo estatal y el apoyo al consumo.
El crecimiento económico, apoyado por el alza de los precios de las materias primas, pasó de una recesión del 10,9 % en 2002 a una media del 8,8 % entre 2003 y 2007. De hecho, Argentina es un exportador neto de materias primas (70 % de sus exportaciones totales de bienes), principalmente cereales y oleaginosas (alrededor del 50 % de las exportaciones totales).
Desde principios de la década de 2010, la economía argentina alterna un crecimiento débil con periodos de recesión. Surgen numerosos desequilibrios (tipo de cambio sobrevalorado, inflación elevada, aumento del déficit presupuestario y de la balanza de pagos, reducción de las reservas de divisas).
La doble crisis cambiaria de 2018 volvió a sumir al país en la recesión y llevó al Gobierno del liberal Mauricio Macri a solicitar un nuevo apoyo al FMI (el último se remontaba a la crisis de 2001). Argentina devolvió en 2006 su último crédito a la institución, a pesar de que muchos argentinos creen que el programa del FMI fue una de las causas de la crisis de 2001.