El proceso inflacionario que está enfrentando la población argentina es sumamente angustiante, los números fríos relevan dicha aseveración: abril arrojó un 8,1%, convirtiendo el acumulado del primer cuatrimestre (+32,2%) en el nivel más alto desde 2001, cuya inflación acumulada para el mismo período fue del -0,4%.
Muchos pueden ser los argumentos de la escalada de precios que se está transitando en los últimos tiempos (desconfianza, escasez de reservas, mal desempeño de la tercera edición del dólar soja, clima adverso de negocios, el no cumplimiento de metas con el FMI, sequía con menores exportaciones, caída en la recaudación, escenario político complejo, etc.), lo concreto es que los precios de los alimentos están por las nubes (+8.8% en abril, por encima del 8,1% publicado por CREEBBA).
Verduras (+17%), aceites (+13%) y carnes (+11,4%) lideran las subas en el capítulo Alimentos y Bebidas. Todos, básicos; difíciles de sustituir.
El capítulo Vivienda, con el 6,1% de aumento en alquileres durante abril (de acuerdo al ICL del BCRA) y con un 95% de aumento interanual, es un peso que ya pocas familias pueden sostener.
Estos y más bienes como ropa y calzado, con subas mensuales entre el 10% y 20% fuerzan a mantener el vestuario personal con el correr del tiempo.
Si se agregan los regulados con aumentos promedios en abril en torno al 7% (servicios, transporte, comunicaciones, medicamentos), profundiza el impacto en el bolsillo, erosiona el poder adquisitivo del ciudadano y afecta, además de la clase social más vulnerable, a la clase media en su conjunto.
Para lo que resta del año y considerando la inflación de los primeros cuatro meses, la proyección se ubicaría en el orden del 135%, dejando una herida en la memoria de los argentinos, no solo de la ciudadanía sino de los hacedores de política.
(*) Gonzalo Semilla es economista jefe del Centro Regional de Estudios Económicos de Bahía Blanca (CREEBBA)