La escena es de mediados de 1987, el Plan Austral comenzaba a hacer agua y el riesgo ante una inflación que se podía disparar y descontrolar estaba latente, es más, muchos lo anticipaban si no se tomaban medidas drásticas. En ese momento se dio este diálogo: “Saúl, ¿usted no se da cuenta de que si en este contexto aumentamos los salarios nominales se va a espiralizar la inflación y van a caer los salarios reales?”, dijo el entonces ministro de Economía, Juan Sourrouille, al Secretario General de la CGT, Saúl Ubaldini, quien sin dudar le contestó: “Ministro, ¿y usted no se da cuenta de que si yo consigo un aumento del salario nominal es una victoria mía y si después se acelera la inflación es una derrota suya?”. El diálogo, recordado en alguna entrevista por el economista e historiador Pablo Gerchunoff, pone de relieve cómo los egoísmos y las pretensiones políticas suelen ser causales tan importantes como las malas decisiones en la gestión para desatar las distintas crisis. Equivocado Ubaldini, en el afán de sostener su poder frente a los trabajadores, no advirtió sobre el escenario catastrófico que se iba a desencadenar cuando la inflación se desmadró y culminó en la hiperinflación de 1989, donde no hubo ganadores, al contrario, perdimos todos.
Bueno es recordar ese encuentro entre dos representantes del poder de antaño y realizar una analogía con el presente, donde, a diferencia de 1987, quien ocupa el lugar de no pensar en el mal mayor, o en un futuro inmediato donde todos podemos ser perdedores con tal de salvar la ropa, es el ministro de Economía, Sergio Massa, también candidato a la presidencia del oficialismo, dispuesto a quemar las naves con su “plan platita” y a rifar 3 billones de pesos en baja de impuestos, bonos, subsidios, transferencias discrecionales aumentando casi un 60% del déficit fiscal en lo que va del año, algo que inevitablemente se traducirá en inflación. De hecho ya estamos transitando la espiral inflacionaria más alta desde antes del lanzamiento de la convertibilidad en 1991. Además, el dólar comenzó a dispararse nuevamente acercándose a los $800 y todo esto repercutirá en los precios de los productos de consumo masivo, sobre todo los alimentos, que estarán por encima de ese 12% de inflación anual que pronostican para septiembre las principales consultoras.
La irresponsabilidad política de Massa de lanzarse a un todo o nada sin realizar antes un equilibrio fiscal y monetario debería ser compartida por los gobernadores peronistas, que hacen silencio cómplice a pesar de que sus cuentas se verán afectadas en más de 1400 millones de pesos. ¿Hubiesen permitido quedarse callados ante un recorte similar de parte de un gobierno no peronista? Seguramente no, pero nadie se asombra, es como si en 2023 en la Argentina el partido de pertenencia y el poder sigue siendo más importante que el bien común. De una forma u otra, los argentinos seguimos siendo rehenes de quienes privilegian el poder al bienestar colectivo. Por su parte, como es costumbre, los sindicatos peronistas siguen la premisa marcada por Saúl Ubaldini 36 años atrás: se celebran las medidas, se ponen el traje de buenos representantes ante su tropa aunque, por experiencia, saben que significan “pan para hoy, hambre para mañana”. Hasta se dan el lujo de homenajear al responsable con un acto de campaña. No pueden no darse cuenta que con una inflación anual por encima del 130% es imposible sostener el poder adquisitivo del salario de los trabajadores, y que ninguna norma que tenga que ver con la vida cotidiana de los argentinos puede funcionar con este nivel de inflación. Basta con ver lo que sucede con la Ley de alquileres, los legisladores van desde la derogación hasta sus distintas modificaciones, pero todos saben que ninguna ley puede funcionar con una depreciación de la moneda por encima del 130 o 140% anual, allí también pierden inquilinos y propietarios. Nadie gana.
Todas estas medidas tienen una meta: que el PJ llegue con chances de ballotage al 22 de octubre en representación del peor gobierno de la democracia moderna. Y aquí estamos hablando de medidas públicas de orden nacional, pero vale advertir que cada gobernador tuvo su “plan platita” en sus respectivos turnos electorales, con una destacada novedad: en varias provincias no les funcionó. Eso se vio en San Juan, Chaco, Santa Fe, Chubut, San Luis y Santa Cruz donde, esta vez, poner toda la carne en el asador antes de las elecciones no les alcanzó para retener el poder. El clientelismo, como método extorsivo de construcción de adhesiones, comenzó a fracasar, a fallar, y fue derrotado por la misma inflación que hizo notar que así como no se puede tapar el sol con un dedo, no se puede tapar la caída de ingresos con un bono. Este dato no debería pasar desapercibido, porque puede ser un adelanto de un escenario electoral bastante probable, donde el peronismo quede tercero en las elecciones generales, en un año donde ya resignó el poder en seis provincias y tiene grandes chances de hacerlo también en Entre Ríos y no tiene resuelta aun la provincia de Buenos Aires, lo que sería una catástrofe electoral histórica que buscará encontrar su mariscal de la derrota, un título que Cristina cedería gustosa a Alberto Fernández y Sergio Massa y estos dos a ella, con el fin de dejar un mensaje hacia adentro del PJ: el kirchnerismo llegó a su fin. ¿Dónde se define esto? En territorio bonaerense, una victoria o una derrota del oficialismo determinará si hay fin de ciclo o si al kirchnerismo le queda una vida más.
Nada bueno puede suceder luego de este derroche y emisión de dinero público, todos sabemos que luego de las elecciones se viene lo peor, o un ajuste profundo y doloroso o un intento de dolarización que ni el propio candidato Milei puede explicar, pero que por sí solo ajustará sin contemplación. Toda receta futura es dura, porque estamos en los umbrales de una nueva hiperinflación, que solo traerá más pobreza y malestar social donde la peor noticia es que ingresaremos a una nueva crisis con más del 40% de los argentinos pobres, donde ni los programas sociales ni el escaso trabajo registrado alcanzan para salir de ella.
Las medidas de Massa hicieron también que los planes de sus adversarios tengan que ser revisados una y otra vez, porque el país que heredarán en diciembre no será el mismo que imaginaban meses atrás cuando lanzaron sus candidaturas, donde la realidad, obviamente, ya estaba demasiado lejos de ser un vergel de virtudes.
El “plan platita” de Massa funciona al revés que el compromiso de Santa Rita, porque primero te da, pero después, con creces te lo quita. Y esto es algo que sabemos todos, que nadie se haga el distraído.
Fuente: La Nación