“El lago te cambia la cabeza”, dice Darío Gonzalez Maldonado, sobre el Epuyen y su destino más deseado, Puerto Patriada. Rodeado de montañas con picos nevados, bosques de ñires, pinos y lengas, son 3000 metros de playas con una casi insolente belleza: una costa con pequeñas piedritas de tonos blancos se humedece con el agua cristalina de un azul incorruptible.
Con un microclima andino, las corrientes de aire pasan por encima de las cimas y la temperatura del agua es de las más altas en la ruta de los lagos. “Es el lugar más lindo del mundo”, confiesa Maldonado.
Asi lo muestra, La Nación. Puerto Patriada tiene rango de lugar de culto y secreto, aquellos caminos que se sugieren de boca en boca y con las temporadas van creciendo como un misterio compartido. Con esa aura reclama el título de la playa más calma y bella de la cordillera, viven apenas 50 habitantes estables durante el año. “Nunca hay viento y el agua siempre está mansa”, dice Maldonado, quien es secretario de desarrollo económico de la Municipalidad de El Hoyo.
El efecto es sedante: el lago se muestra como un espejo reflejando las montañas y el cielo. Está a 14 kilómetros de El Hoyo, su localidad más cercana y forma parte de la pintoresca “Comarca Andina del Paralelo 42″.
“Es un lugar que al menos una vez en la vida todos deberíamos conocer”, cuenta Cristina Bagnatori. Viaja con sus dos hermanas, son de Buenos Aires. El camino de acceso cruza bosques andinos donde proliferan los cohiues. De ripio, serpentea y asciende un cerro. A un costado del camino se ven chacras, muchas ofrecen frambuesas, cerezas, guindas y morillas, el hongo estrella del sur. La producción es familiar y orgánica. En su parte más elevada, un mirador obliga a detener la marcha.
“Es como entrar a un paraíso”, dice Susana Bagnatori. La panorámica es emocionante y también paralizante. Los sentidos se alertan y ceden ante la inmisericorde belleza de la comarca. Desde aquí se ven pequeñas casas con techos de colores, el bosque, la cascada Corbata que nace en el corazón de una montaña y un laberinto en una de las laderas.
El Hoyo encuentra su significado en esta parada, la fotogénica localidad está escondida entre montañas. Es imposible no referenciar este paisaje con aquella otra comarca de El Señor de los Anillos.
“No podés creer que exista en nuestro país una belleza así”, dice Nélida Bagnatori. La entrada a Puerto Patriada se produce en un descenso del sendero y el agua del lago se insinúa entre los troncos del bosque. Traspasado un control municipal, los autos deben estacionarse en un área determinada frente a un SUM. Todo se hace caminando y a paso lento. No hay apuros.
“Gracias a Dios, no hay conectividad”, cuenta Maldonado. La playa es perfecta y acogedora. Algunos sauces mojan sus hojas en el agua. “Todos quieren estar dentro de esta postal”, confiesa el funcionario. El SUM tiene una conexión a internet, pero pronto el desinterés por usar las redes sociales o recibir y enviar mensajes sucumbe al encanto andino.
Una bandurria con sus crías cruza hacia el lago: es un espectáculo que le gana a la tecnología. El silencio es paliativo.
Es una de las razones que explican la fascinación que provoca Puerto Patriada. El microclima, lo avasallante del paisaje y a la vez la intimidad de la caminata hasta hallar un rincón cerca del agua. “No parece real”, dice María Girdés, turista que viaja por tierra desde Córdoba y que se anticipa a las agendas de la temporada y decide conquistar su tranquilidad antes que muchos. Habla sobre la cristalinidad del agua. Cuesta diferenciar en la orilla un lugar con o sin ella. De suave pendiente, la coloración va tornándose verde conforme aumenta la profundidad.
“Es un viaje de exploración”, dice Susana. Vienen siguiendo la ruta de los lagos desde Río Negro. Puerto Patriada le hizo nacer lágrimas en los ojos. “Lo mejor de todo es que podés bañarte, el agua te purifica”, confiesa. Existen cuatro campings y entre uno y su antípoda tres kilómetros de costa: es el camino elegido por todos. El bosque abraza el sendero, también permite ver algunas casas, caballos y ovejas. También paradores.
Un secreto descubierto
“Acá no llegaba nadie”, dice Alfredo Lobo, nacido y criado en Puerto Patriada, y a cargo del parador del mismo nombre, frente al lago. Un deck de madera se mimetiza con las lengas, ñires y cipreses. “Nos gustan las cosas sencillas, no hace falta mucho, te alimenta el paisaje”, dice, fijando su mirada hacia el agua y las montañas.
Hace pocos años se abrió el camino que permitió el ingreso a Patriada. Antes, antes solo era posible llegar a caballo. Su padre llegó en 1942, un pionero. La electricidad hizo su aparición a finales de los 90.