Austríaca en Chubut. Allá por 1950, los padres de Gretel Limberger decidieron abandonar Austria, su tierra natal, para probar suerte en Argentina.
«Acababa de terminar la guerra y se dieron cuenta que no habían hecho nada de lo que querían hacer. No habían logrado cumplir ningún sueño. Así fue que mi padre le propuso a mi madre venir a Argentina. Se trajeron a sus dos hijos en edad escolar: Hansel y Gretel«, cuenta esta mujer que hoy tiene 82 años y vive a orillas del lago Vintter, al suroeste de Chubut, al pie de la cordillera de los Andes, a unos 270 kilómetros de Esquel, donde administra unas cabañas para turistas, juntos a dos socios, y elabora vodka con el agua del lago.
Su padre, relata Gretel, era ingeniero hidráulico y participó en la construcción de embalses y diques en el norte del país. Por eso, ella debió transitar por 9 escuelas en provincias como Catamarca y Tucumán para terminar la escuela primaria.
En Villa La Angostura, Gretel conoció a Nikita, un hijo de inmigrantes rusos que habían escapado de la Revolución Bolchevique, y se habían asentado en Bahía Manzano. Se enamoró perdidamente de él y luego de casarse, la joven pareja se radicó en Alemania durante cinco años en busca de un futuro mejor. «Nos fue muy bien -reconoce Gretel-, pero no era lo que queríamos. Nikita siempre pensaba en volver a la Patagonia«.
De regreso en la Argentina, se propusieron conocer un rincón que les llamaba mucho la atención y del que poco se sabía: el lago Vintter, compartido por Chubut y la Región de los Lagos, en Chile (donde se lo conoce como Palena). El sueño se concretó en 1982, con la mera intención de pescar. «Era una odisea llegar: el camino era malísimo. No había puente y había que vadear el río. Había gendarmes porque no es frontera, pero es lo más cercano al límite con Chile. En ese entonces, armábamos la carpa en una bahía», señala.
Ese rincón de Chubut sedujo enormemente a la pareja que, en 1984, logró comprar una tierra fiscal donde construyeron una pequeña casa. Eran los únicos pobladores. Dos años después, levantaron unas cabañas para el turismo; mientras tanto, Gretel seguía dictando clases de alemán en Buenos Aires.
En 2006, Gretel se jubiló y se instaló en Chubut. «En un primer momento, no teníamos mucho dinero, pero logramos hacer tres cabañas y un sector de camping. Cuando mi marido murió, me asocié con unos clientes de las cabañas que habían venido durante 12 años: Sergio y Fernando que, mantienen sus trabajos en La Plata, pero vienen y se van turnando», expresa.
Hoy, Gretel va y viene: regresa a Buenos Aires los primeros días de mayo y vuelve a instalarse en lago Vintter hacia finales de octubre. «Tengo 82 años, pero por suerte, tengo una salud de oro. Los tratamientos o controles más importantes los hago en Esquel. Pero mientras tenga salud, voy y vengo. Y mi gata viene conmigo», señala.
Después de compartir 54 años de su vida con Nikita, la mujer no dudó en continuar su legado cuando murió. Desde entonces, elabora el vodka que convida a los turistas que llegan al complejo turístico para darles la bienvenida y para despedirlos. Recibe también pedidos de todo el país aunque, aclara, que no vende en los comercios.
«En su momento, logramos traer las semillas de una gramiña que se llama Zubrowka o ‘pasto de los búfalos’. Es siberiana. Como el clima del Vintter es bastante similar, crece perfectamente. La cultivamos en una quinta y también la sigue haciendo la hermana de Nikita y su sobrino en Bariloche. Los rusos son de la vodka», asegura.
El producto, insiste, es artesanal: se usa el agua del lago y se fabrica en una cocina a leña. «Bebemos el agua del algo, no necesitamos agua mineral. Es un agua purísima. Hablamos de un lago enorme con glaciares, que no recibe descargas de cloacas, como pasa con otros lagos del norte que están muy contaminados. El Vintter no: se hace una prueba cada dos o tres años para ver si está en condiciones», describe. Según publica Río Negro.
Gretel define como «arduo» el trabajo: «No es solo hacer la vodka. Es filtrarla, embotellarla, etiquetarla. Pero quiero conservar la tradición de Nikita que está sepultado al lado de mi casita, abajo de un pino que él mismo plantó. En ese lugar, tiene una copita de las nuestras«.