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La superpoblación de gaviotas cocineras hizo que incluyeran en su dieta a la ballena franca del sur que va a reproducirse al Golfo San José y al Golfo Nuevo en Península de Valdés. La ballena franca del sur es la única especie que hasta el momento es atacada por estas gaviotas que hieren su lomo provocándole profundas ulceraciones que muchas veces se infectan y le generan grandes riesgos.

Desde hace muchos años, las gaviotas cocineras (Larus dominicanus) que habitan las costas de la Península de Valdés adquirieron la costumbre de atacar a la ballena franca del sur (Eubalaena australis) para alimentarse de su piel y de su grasa. Las profundas heridas sufridas por los cetáceos suelen derivar en infecciones de distinta gravedad.

Los ataques se observaron por primera vez en el Golfo San Jorge a principios de la década del ‘70 sin que hubiera registro de hechos similares en ninguna otra parte del mundo. Desde 1985 hasta 1990, las embestidas aumentaron cinco veces su magnitud debido al crecimiento de la población de gaviotas cocineras, que desarrollaron esta nueva estrategia de obtención de alimentos y demostraron su fácil adaptación a los cambios.

Las gaviotas se alimentan de la piel y de la grasa que arrancan del lomo de las ballenas, cuando queda expuesto entre la olas. En los últimos diez años, la proporción de ballenas con lesiones se incrementó 30 veces, al punto que prácticamente todos los cetáceos de esta especie muestran heridas producidas por gaviotas durante la temporada reproductiva, que va de julio a diciembre

“En los golfos de la Península Valdés las ballenas vienen a reproducirse y tienen sus ballenatos que alimentan con leche, ya que son mamíferos como nosotros”, explicaron desde el Centro Nacional Patagónico (CENPAT). “Estos ataques de gaviotas  muchas veces interrumpen el amamantamiento, y provocan la reducción drástica del tiempo de relación entre la cría y la madre, lo que puede tener consecuencias en la supervivencia de los ballenatos”.

Se analizan las repercusiones de los ataques de gaviotas en el comportamiento de estos mamíferos, la influencia en la actividad cardíaca y los mecanismos de defensa que acciona el cetáceo. Con este fin, se colocaron sobre el lomo de las ballenas aparatos específicos provistos de ventosas que se adhieren al lomo del animal y permiten registrar diferentes parámetros de las ballenas.

Por su parte, los investigadores del Instituto Malbrán estudian los posibles patógenos que pueden transmitir las gaviotas en cada ataque, dado que estas aves buscan su alimento en ambientes muy sucios, como los basurales urbanos, a cielo abierto y descartes de pescado, por lo que podrían ser transmisores de enfermedades.

Para llevar a cabo el proyecto de investigación, se requiere de distintos abordajes metodológicos, que incluyen la observación desde la costa, junto al empleo de embarcaciones y la utilización de alta tecnología para seguimiento satelital o a través de VHF. Si bien las observaciones a ballenas se registran desde hace  años, el proyecto formal comenzó en 2009 con la incorporación de la cátedra de Fisiología General de la UNPSJB y del Instituto Malbrán. Las dos patas que, -según el investigador del CENPAT- faltaban para poder saltar a una escala más predictiva. “Estamos empecinados  en entender todas estas consecuencias y poder lograr consensos, para proponer acciones concretas que regulen y disminuyan este problema”.

Argentina Investiga

Es una escena violenta. Un enfrentamiento difícil de tolerar sin fruncir el ceño o hacer, de tanto en tanto, la mirada a un lado.

Se repite todos los años entre julio y diciembre en la Península Valdés, en la Patagonia argentina.

¿Los rivales? La gaviota cocinera y la ballena franca.

Y, aunque se trata de una lucha entre una hormiga y un gigante, la ballena lleva todas las de perder.

Desde la década de los 70, se han observado numerosos ataques de gaviotas a ballenas en esta región del mundo, a donde las ballenas francas viajan para dar a luz o amamantar a sus crías antes de emprender su camino hacia la Antártica.

Cada vez que los cetáceos asoman su lomo fuera del agua para respirar, las gaviotas le arrancan con su pico pedazos enteros de piel y grasa.
Es una escena violenta. Un enfrentamiento difícil de tolerar sin fruncir el ceño o hacer, de tanto en tanto, la mirada a un lado.

Se repite todos los años entre julio y diciembre en la Península Valdés, en la Patagonia argentina.

¿Los rivales? La gaviota cocinera y la ballena franca.

Y, aunque se trata de una lucha entre una hormiga y un gigante, la ballena lleva todas las de perder.

Desde la década de los 70, se han observado numerosos ataques de gaviotas a ballenas en esta región del mundo, a donde las ballenas francas viajan para dar a luz o amamantar a sus crías antes de emprender su camino hacia la Antártica.

Cada vez que los cetáceos asoman su lomo fuera del agua para respirar, las gaviotas le arrancan con su pico pedazos enteros de piel y grasa.

La ballena reacciona arqueando inmediatamente su espalda a causa del dolor.

Sin embargo, según una nueva investigación publicada recientemente en la revista Marine Biology, estos gigantes marinos que pueden llegar a medir unos 16 metros y pesar hasta 50 toneladas, están comenzando a modificar la forma en la que respiran para evitar estos virulentos ataques.

Crías, las más vulnerables

Las heridas son circulares y cuando son muchas se unen y forman una especie de canaleta.

«Las gaviotas les producen heridas, ulceraciones circulares, que pueden convertirse en una vía de entrada de agentes patógenos», le cuenta a BBC Mundo Ana Fazio, investigadora del CONICET y autora principal del estudio.

 

«Además, al no tener piel, pueden perder la temperatura corporal».

Algunas tienen tantas heridas que, al unirse, forman una suerte de canal pequeño.

Pero el problema mayor, son las crías, dice la investigadora.

«Estas tienen la piel mucho más lábil. La van cambiando con mucha rapidez porque tienen una tasa de crecimiento muy alta por día», señala, y esto las vuelve mucho más vulnerables.

Los ataques, que desde que observaron han ido en aumento, no son para saciar el hambre -en la zona no faltan basurales a cielo abierto ni áreas de descarte de pescado- sino que, al parecer, es un comportamiento aprendido que se fue pasando de gaviota en gaviota.

Respiración oblicua

Al no sacar el lomo, las gaviotas no las pueden atacar. Sin embargo, se las ha visto picotearles los cayos de la cabeza, donde anidan crustáceos. Como esta parte del cuerpo es más dura, la ballena no sufre tanto.

«Lo que empecé a observar es que ahora sacan la cabeza hasta el espiráculo (algo así como la nuca) y luego vuelven a entrar al agua. Inhalan, en un ángulo de 45º, y se vuelven a sumergir».

Lo hacen de forma rápida, explosiva, manteniendo el lomo dentro del agua.

Según señala la investigadora, este tipo de comportamiento, al que llamó respiración oblicua, sólo está presente en las ballenas de Península Valdés.

«Cuando la ballena hace esta respiración oblicua, la gaviota se queda boyando o planeando y no ataca».

Energía adicional

Aunque aún no se ha corroborado si esto disminuye la cantidad de lesiones, es evidente que se están limitando las posibilidades de ataque, dice Fazio.

La ventaja, explica, es que se trata de una conducta que también pueden adoptar las crías.

No lo es, por ejemplo, el arquear la espalda -otro comportamiento registrado en adultos-, que si bien los beneficia al permitirles evitar los picotazos, podría explicarse por otras razones, ya que no es exclusivo de las ballenas francas de la Patagonia argentina.

Esta nueva forma de respirar supone un gasto adicional de energía para las ballenas.

La nueva estrategia de defensa ofrece claros beneficios, pero también tiene desventajas.

Mantener el lomo bajo el agua supone un gasto de energía extra, algo costoso para las crías, que deberían usar el máximo de su energía para amamantarse, crecer y juntar fuerzas para cuando llegue el momento de partir hacia la Antártica.

Esquivar a las gaviotas nadando más rápido también supone un coste de energía adicional.

Pero en tanto la población de estas aves no disminuya -pese a algunas estrategias implementadas en tierra para reducir su población- estos cetáceos seguirán dependiendo de su propio ingenio para ganar la guerra contra las gaviotas.

Por Laura Plitt
BBC Mundo

Guardafaunas de El Doradillo y Punta Pirámides reportaron los primeros avistajes.

Durante el viernes se reportaron los primeros ejemplares de Ballena Franca Austral en las aguas del Golfo Nuevo, a más de un mes del inicio formal de la temporada de ballenas en el Área Natural Protegida Península Valdes.

Juan Cruces, guardafauna que se desempeña en el área municipal protegida El Doradillo, a pocos kilómetros de Puerto Madryn, fue uno de los primeros en reportar la presencia de los cetáceos frente al sector conocido como Playa Canteras,  y de acuerdo a los dichos del propio Cruces se trataba de animales adultos que navegaban lejos de la costa pero se hicieron divisables por el spray característico de su soplido en la superficie.

Horas después, el guardafauna Marcelo Franco, de Punta Pirámides, también divisó ballenas en el Golfo Nuevo frente a ese apostadero, coincidiendo con pocas horas de diferencia en cuanto a la observación de estos animales cuya presencia se extiende en la zona hasta fines de diciembre.

En los próximos meses se incrementará la presencia de ballenas en las aguas del Golfo Nuevo, donde estos cetáceos llegan cada año con el fin de reproducirse y alimentar a sus crías.

El avistaje desde la costa se puede realizar desde las playas que integran el área municipal protegida El Doradillo y por cantidad y cercanía con la costa la mejor época para realizar esa actividad es entre julio y septiembre.

A partir de junio se inicia formalmente la temporada de avistaje embarcado desde la villa de Puerto Pirámides, la cual se extiende hasta el mes de noviembre cada temporada.#