Multinacionales que arrancan de las entrañas de la tierra minerales, agua, raíces, nutrientes. Frente a ellas, pobladores que ponen el cuerpo contra la destrucción de sus hogares. Ese conflicto marca la cinta peruana Hija de la laguna (2015) y también la coproducción argentino-belga Tierra Roja (2015), las dos películas latinoamericanas que compiten en la sección principal de la tercera edición del Festival Internacional de Cine Ambiental (Finca) que tendrá lugar entre el 1 y el 8 de junio en Buenos Aires.
El primer filme retrata la oposición indígena a la instalación de una mina de oro en los Andes peruanos; el segundo, la lucha de una comunidad rural contra el uso de agroquímicos en las plantaciones forestales del noreste argentino. Los escenarios podrían intercambiarse, incluso localizarse en casi cualquier otro país del continente. Sólo así el cineasta peruano Ernesto Cabellos puede entender el interés suscitado por su documental, cuyo tráiler ha sido visto por más de diez millones de personas en las redes sociales, un récord absoluto en el país.
«Fue una sorpresa total. Nos dimos cuenta de que tocamos una fibra presente en las mentes y corazones de todo el mundo, en especial de los latinoamericanos. Hay mucha gente que quiere un cambio, que rechaza que se ponga el lucro por encima de todo», dice Cabellos sobre el buen recibimiento de ‘Hija de la laguna». «El oro no se bebe, el oro no se come», advierte la protagonista del documental, la estudiante de Derecho Nélida Ayay, quien considera a la yakumama (madre agua) un ser vivo al que hay que proteger. «Si no defienden el agua, beberán sus lágrimas», añade. «Me interesaba esa mirada nueva, preguntarme qué pasaría si el agua pasa de ser considerada un recurso, líquido que sale del grifo, a ser vista como un ser vivo que nace y forma ríos, lagunas…», dice Cabellos.
El escenario principal son las lagunas de Conga, en la región de Cajamarca. Los residentes de esa zona montañosa se oponen a que la multinacional Yanacocha, la mayor productora de oro de Latinoamérica, las vacíe para extraer el codiciado metal. La cara más visible de esa resistencia, Máxima Acuña, fue distinguida el pasado abril con el premio Goldman, el galardón ambiental más importante del mundo. «Solo quiero que me dejen vivir tranquila en mi terreno y que no contaminen mi agua», expresa Acuña, mientras en la lejanía se divisan patrullas de policía que vigilan la casa que se niega a vender.
La cosmovisión ancestral de Ayay y Acuña, sumada a los brumosos paisajes andinos, dota a la cinta de un aire onírico. Mucho más cruda es Tierra Roja, la película dirigida por el argentino residente en Bélgica Diego Martínez Vignatti. El enfrentamiento entre los residentes de una comunidad de la provincia argentina de Misiones (noroeste) y los responsables de una papelera cercana se vuelve más y más violento y fuerza al capataz belga de uno de los aserraderos a elegir entre ambos bandos.
«Misiones es una de las provincias más afectadas por la problemática ecológica y social. Tiene tres pasteras (papeleras) que son mucho más contaminantes que Botnia, la que está en Uruguay. Eso refleja la hipocresía de los argentinos, que están más preocupados por lo que pasa al otro lado del río que en su país», dice Jorge Aranda, productor de la cinta.
La película expone los efectos nocivos de los herbicidas usados en las plantaciones de pino y eucaliptus que alimentan a las papeleras -como el aumento de los casos de cáncer, de malformaciones congénitas y abortos, entre otros- a partir de una historia de amor entre el capataz y entrenador de rugby y una maestra rural. «Decidimos hacer una ficción porque trasciende mucho más que el documental. El documental solo convence a los ya creyentes», opina Aranda.
Las películas latinoamericanas competirán contra producciones europeas y norteamericanas, como la rusa Musgo blanco de reno, que retrata la vida en la tundra siberiana; la italiana Bella y Perdida, sobre justicia climática, y la estadounidense-canadiense Esto lo cambia todo, basada en el ensayo homónimo de Naomi Klein.
«Históricamente en Europa se reclamaba mayor calidad artística a las películas de denuncia social procedentes de Latinoamérica», asegura la directora del festival Finca, Florencia Santucho. «Hoy creo que la producción latinoamericana mejoró mucho y tiene recursos internacionales para tratar problemáticas locales. Contribuyó el interés global por el cambio climático», opina Santucho.
En total, participarán en el festival 56 películas de 24 países distintos, con la periodista francesa Marie-Monique Robin y la filósofa india Vandana Shiva como invitadas especiales. Paralelamente a las proyecciones, se realizarán mesas redondas y talleres diversos, pero con un objetivo común: provocar cambios profundos en nuestra relación con los territorios y los recursos.
El País