Los antiguos astilleros de Brooklyn, de donde salieron buques de guerra como el Maine, cuyo hundimiento en 1898 desató la guerra entre Estados Unidos y España, o el USS Missouri, que fue testigo en 1945 de la rendición incondicional de Japón en la II Guerra Mundial, albergan desde el estallido de la crisis del coronavirus una fábrica improvisada de máscaras para proteger al personal sanitario que atiende en primera línea a pacientes del COVID-19.
Sentados en varias hileras de mesas entre el eco de las voces, el ruido de la manufacturación en cadena y de la música proveniente de los altavoces de algunos de los voluntarios, 160 personas fabrican entre 25.000 y 30.000 máscaras protectoras al día.
Es una enorme nave industrial de 20.000 metros cuadrados, situada en la orilla del río Este, a la que se llega tras un paseo de 15 minutos atravesando calles solitarias, entre viejos almacenes reconvertidos en oficinas y después de haber desembarcado en el muelle donde arriba el ferry, que como un barco fantasma sigue realizando su recorrido aunque apenas lo utilice un puñado de viajeros.
«Mi empresa hace dos semanas era una empresa de impresión y visualización gráfica. Nos estábamos preparando para cerrar, de acuerdo con las órdenes del gobernador, como todos, pero envió un mensaje urgente a los fabricantes para ver si había algún tipo de equipo médico que se pudiera producir para la crisis. Un miembro de nuestro personal vio una pieza que usa materiales con los que trabajamos habitualmente, y comenzamos a hacer prototipos ese mismo día», cuenta a la agencia EFE Michael Duggal, uno de los promotores de la iniciativa, junto a Michael Bednark.
Respondían a la llamada del gobernador Andrew Cuomo y del alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, que se han visto desbordados por esta crisis sanitaria, que desde sus primeros compases mostró la carencia de material, personal y espacio en los hospitales para afrontar la avalancha de pacientes.
Tanto Cuomo como De Blasio, que visitó la fábrica recientemente, han ofrecido comprar todo el material que pueda servir para proteger al personal sanitario, que se ha visto obligado a reutilizar innumerables veces sus mascarillas o a atender a pacientes sin la protección adecuada para evitar contraer la enfermedad.
«Empezamos el ensamblaje de las máscaras un miércoles y el sábado enviamos nuestros primeros 50.000 escudos protectores personales para el personal de emergencias. Hasta hoy habremos enviado un cuarto de millón de escudos protectores hechos en este edificio», comenta Duggal, que cuenta que la nave acogió las imprentas de su empresa hasta que el huracán Sandy arrasó con todo en 2012.
Desde entonces, se había dedicado únicamente a la celebración de eventos, dice Duggal.
Pero con la crisis sanitaria, que a las autoridades les gusta comparar con una guerra, los astilleros, que estuvieron en funcionamiento desde 1801 hasta 1966 y que llegaron a dar trabajo a 70.000 personas durante la Segunda Guerra Mundial, vuelven a producir «materia de guerra» para la «primera línea de combate» contra el virus.
Línea de producción
Las máscaras son elaboradas en pequeñas líneas de producción, con una pieza de plástico que llega recortada de otras instalaciones situadas también en los antiguos astilleros militares y a la que le colocan un trozo de gomaespuna para que se pueda ubicar en la frente, así como unas cintas para fijarla a la cabeza
Germán Quijano, de origen salvadoreño, y que lleva trabajando 24 años en la compañía de Duggal, es el encargado de supervisar varias de las líneas de manufactura «para asegurar que no falta material y que se sigue haciendo el volumen de producción».
Con su mascarilla y los guantes enfundados, como el resto de los trabajadores, describe a EFE el proceso básico de la fabricación de la máscara protectora.
También cuenta que, como muchos otros compañeros de su empresa, después de quedarse sin trabajo, escribió a su jefe para ofrecerse como voluntario «para ayudar por la causa que está pasando en la nación y en el mundo entero».
«Ahora estamos colaborando para ayudar a los doctores y a los enfermeros para que se protejan en su trabajo y en la vida diaria», agrega.
Y es que la función del producto es evitar que eventuales microgotas de posibles infectados por la COVID-19 alcancen el rostro del personal que los atiende.
La mayoría de las personas que trabajan en la nave industrial son empleados de las empresas de Bednark y Duggal que se han visto afectadas por la cuarentena, aunque también hay voluntarios que llegaron de otras partes como Gretchen Mongrain, que tuvo conocimiento de la iniciativa y se presentó para contribuir.
«Normalmente trabajo para Harley Davidson en la ciudad de Nueva York, pero se consideró como un negocio no esencial, así que me despidieron de ese trabajo y un amigo de un amigo publicó que Bednark y Duggal estaban buscando voluntarios para ayudar a hacer máscaras. Así que respondí al anuncio y aquí estoy», dice Mongrain, que interrumpe un momento su trabajo de colocar las cintas de sujeción en la parte superior del plástico que cubrirá algún rostro.
Extrema higiene
Antes de entrar en la sala, todos los voluntarios deben limpiarse con gel las manos y sus teléfonos móviles con toallas desinfectantes.
Asimismo, comprueban su temperatura y deben ponerse unos guates de plástico antes de ponerse a trabajar.
Sin quitarse la mascarilla protectora, Mongrain, que lleva casi desde el primer día embarcada en el proyecto, concluye: «Pienso que haciendo las máscaras estamos haciendo nuestra parte y espero que esté ayudando».
«Podríamos acoger a más personas y hay más gente que quiere ser parte de esto, pero estamos intentando que todo el mundo esté seguro manteniendo la distancia social, tanto en los baños, como en las áreas de comer, todo para mantener a todo el mundo sano», comenta Duggal.
Por Jorge Fuentelsaz, informó EFE.