Científicos argentinos están avanzando hacia el desarrollo de vacunas orales e inyectables contra el nuevo coronavirus (SARS-CoV-2). «Para independizarse y tener soberanía, la mayoría de los países desarrollados y medianamente desarrollados se han lanzado al desarrollo de su propia vacuna contra SARS-CoV-2. Nosotros también nos hemos sumado», afirmó a la Agencia CyTA-Leloir Juliana Cassataro, jefa de laboratorio en el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas Dr. Rodolfo Ugalde (IIB), que depende de la Unsam y del Conicet.
Cassataro lidera un equipo interdisciplinario formado por inmunólogos, virólogos y expertos en estructura de proteínas entre los que se encuentran Karina Pasquevich, Lorena Coria, Diego Álvarez, Claudia Filomatori, Eliana Castro y Lucía Chemes, también del IIB.
Cassaroto y parte de su equipo
Con un subsidio de la Unidad Covid-19, compuesta por el Ministerio de Ciencia, la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y el Conicet, están desarrollando vacunas basadas en la producción de proteínas o regiones de proteínas presentes en la superficie de SARS-CoV-2 que son clave para que ese patógeno se una al receptor ACE2 de las células de los pulmones y otros órganos y comiencen así el proceso de infección.
La idea es que las vacunas a desarrollar consistan en proteínas puras del nuevo coronavirus que, al ingresar al organismo, no infecten las células, pero sean reconocidas por el sistema inmunológico para que genere anticuerpos, los cuales podrían defender a la persona a futuro en caso de que se encuentre con el virus real.
«Utilizaremos tecnología innovadora para aplicar distintas formulaciones no solo inyectables sino también por vía oral, ya que, al no requerir personal adiestrado para su aplicación, en el caso de una pandemia como esta sería de gran utilidad», afirmó Cassataro, especialista en inmunología, enfermedades infecciosas y desarrollo de vacunas.
Y agregó: «Prestaremos especial atención a que las formulaciones desarrolladas representen a los antígenos (moléculas que generan una respuesta inmunitaria) de las cepas de SARS-CoV-2 que están circulando en nuestra región».
Etapa preclínica
Los investigadores ya produjeron las proteínas recombinantes para usarlas como antígenos y adyuvantes (sustancias que potencian la respuesta inmune) en las formulaciones de vacuna y comenzaron a estudiar cuál de ellas es la más efectiva para inducir una respuesta inmune contra el nuevo coronavirus.
Una vez demostrada la seguridad y eficacia de las vacunas en la fase preclínica en un plazo de 6 a 9 meses, será importante conseguir mayor financiación y asociarse con otros sectores del Estado Nacional y/o empresas farmacéuticas que puedan realizar los ensayos clínicos.
Si bien durante este corto tiempo, en todo el mundo decenas de laboratorios se lanzaron a realizar estudios preclínicos de alguna vacuna contra COVID-19 utilizando distintas estrategias «es posible que esas vacunas no induzcan buena respuesta inmune o desarrollen efectos adversos incompatibles con su uso», señaló Cassataro, Premio Houssay 2017 en la categoría Ciencias de la Salud por sus avances en el desarrollo de vacunas orales.
Y continuó: «Otra cuestión es que, aunque esas vacunas funcionen, no está claro si utilizando esa tecnología sea posible llegar a producir y distribuir la cantidad de dosis necesaria para todos los países que la necesiten. Por eso es importante que el Estado Nacional haya decidido financiar este proyecto y nos permita contribuir desde la ciencia al control de esta pandemia».
En el mundo
Hay más de 120 vacunas en carrera en todo el mundo. Tras la fase preclínica de ensayos en animales, siguen las fases I y II con cientos o miles de voluntarios humanos.
Los investigadores buscan evidencia de que la vacuna sea segura y prueban diferentes dosis para encontrar una que dé los mejores resultados. Al menos dos vacunas candidatas ya están en esta etapa.
La fase III es un ensayo con un grupo de control que no recibe la inmunización e involucrará a unos 30 mil pacientes.