La especie se introdujo desde Europa a comienzos del siglo XX para desarrollar la caza deportiva. Pero hubo mala puntería: su área de distribución y densidad aumenta, con serios perjuicios para la biodiversidad.
Ni su hábitat original ni tan inofensivo. Levantó polvareda la presencia de un ciervo colorado en barrios del Este de Bariloche, no solo entre los vecinos y vecinas que tuvieron la chance de verlo en vivo y en directo, sino también entre la multitud de lectores de El Cordillerano. Pero más allá de los sentimientos que pueda despertar la presencia de un animal salvaje en nuestras calles, que la especie perdure y prolifere es pernicioso. No es buena noticia.
En primera instancia, hay que recordar que se trata de una especie exótica. «El ciervo colorado fue introducido con fines cinegéticos en la Argentina, en la provincia de La Pampa, desde Europa a principios del siglo veinte, y posteriormente fue llevado reiteradamente al suroeste de la provincia del Neuquén. De allí, se dispersó en toda la región, incluso cruzando a Chile a través de pasos accesibles en la cordillera de los Andes».
La aclaración puede leerse en «Ecología, impacto y manejo del ciervo colorado en el noroeste de la Patagonia, Argentina», trabajo conjunto que elaboraron María Andrea Relva (Universidad Nacional del Comahue) y Javier Sanguinetti (Administración de Parques Nacionales). Quiere decir que el Este de Bariloche no es hábitat original del ciervo colorado, como algún vecino desprevenido supuso.
Después de los primeros contingentes, «a mediados del siglo veinte el ciervo colorado fue introducido en Chubut, en los lagos Fontana y La Plata. En el año 1973, la especie fue introducida en el extremo sur del continente», inclusive en la Isla de los Estados, «donde la población se ha establecido y ocupa el área occidental de la isla, afectando la renovación del bosque», añade la investigación, que se publicó en 2016.
Por las dudas, mencionemos que «fines cinegéticos» quiere decir para cazar, única preocupación que tuvieron aquellos que poco más de un siglo atrás, introdujeron ejemplares. En la actualidad, se sabe que «la invasión por especies exóticas o introducidas es una de las amenazas más significativas a la biodiversidad global, además del daño económico que pueden ocasionar en el nuevo hábitat que invaden».
Aquellos cazadores no tuvieron puntería, porque «si bien menos del 3 por ciento de los mamíferos terrestres han sido clasificados como invasores, la familia Cervidae (Artiodactyla) es uno de los grupos taxonómicos con más alta proporción de especies invasoras (29 por ciento), y específicamente el ciervo colorado se encuentra entre las catorce especies de mamíferos invasores más dañinos reconocidos por la IUCN», es decir, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Añade el texto de Relva y Sanguinetti que «independientemente de la historia evolutiva de herbivoría en el sistema invadido, los ungulados introducidos, cuando persisten en el paisaje, aun a bajas densidades, imponen un nuevo tipo y nivel de disturbio». Otro investigador, Enrico Kopelman, aclara que la herbivoría «se define como el proceso por el cual animales consumen tejidos vegetales vivos», ya sea hojas, tallos, raíces o frutos. «Esta interacción es asimétrica, dado que una parte se ve beneficiada», en este caso el ciervo, «mientras otra se ve perjudicada», es decir, las plantas.
Para 2003 se calculaba en 100 mil individuos la población de ciervos colorados en la Argentina y Chile, con densidad promedio de uno por kilómetro cuadrado. Pero en el Parque Nacional Lanín, «en ambientes con pastizales y bosque abierto y denso, se estimaron entre los años 2008 y 2012, densidades de 1 a 7 individuos por km2 según el hábitat y la historia de cacería». Además, según encuestas que se realizaron entre 1994 y 2011 «la densidad de las poblaciones de ciervos estaría aumentando, como así también su área de ocupación». Quedó a la vista días atrás.
Añade la investigación que «en el noroeste patagónico, en ambientes de ecotono bosque-estepa, la población está estructurada formando grupos de gran tamaño», cuyo número oscila entre 50 y 300 individuos, «mientras que en zonas donde predominan los bosques densos la población está constituida por grupos más chicos», de 1 hasta 15. Pero más allá de las oscilaciones, se siente a gusto en todos los ambientes.
«Por ejemplo, en isla Victoria, el ciervo colorado usa de manera similar el bosque de coihue, el bosque de ciprés de la cordillera y los matorrales de radal y maitén», aporta la contribución de los investigadores. Su efecto «en comunidades vegetales» es notable en sitios «con alta densidad o colonización histórica», es decir, donde está presente hace tiempo.
«En estas situaciones se ha probado que el ciervo modifica sustancialmente las comunidades de bosques, simplificando la estructura vertical, reduciendo la cobertura del sotobosque, modificando su composición, así como también facilitando otras invasiones», afirma el texto. De manera que más allá de la ternura que pueda inspirar el hecho de avistar un ejemplar en un sitio desusado y de que no suelan embestir humanos o humanas, no estamos frente a una presencia inofensiva. A su pesar, claro.
Fuente: El Cordillerano