Un equipo de científicos está tratando de desenmascarar el mapa genético de las telarañas, un descubrimiento que podría desembocar en la fabricación de mejores vestidos, trajes espaciales e incluso chalecos antibalas.
Cheryl Hayashi, responsable de un esfuerzo coordinado por un laboratorio del Museo de Historia Natural en Nueva York, ha estudiado durante 20 años las glándulas de unas 50 especies, apenas una fracción de las 48.000 que se conocen en todo el mundo. Pero es apenas en tiempos recientes que la tecnología ha permitido analizar el ADN de las telarañas a una mayor velocidad y fabricar telarañas artificiales a gran volumen.
Todos los tipos de seda usados para la elaboración de telarañas empiezan con la misma apariencia, la de una sustancia gelatinosa y pegajosa como la miel o el pegamento. Las arañas la fabrican y la almacenan en una glándula hasta que necesitan tejerla. Es entonces que secretan la sustancia por una apertura y a medida que la sustancia sale, se va solidificando y combinándose con otras sedas emanadas desde otras aperturas.
Algunas sedas parecen puré de papas, otras gusanos verdes o guantes inflados. Algunas se disuelven en agua y otras la repelen. “¡Ellas hacen tantos tipos de sedas!”, dice Hayashi.
No se sabe a ciencia cierta cuántos tipos de sedas de arañas existen, pero ciertas especies producen varios tipos; hay una especie que fabrica siete tipos distintos. Por ejemplo, un tipo de seda es más pegajosa y se usa para atrapar a la presa, otra es dura pero elástica y se usa para atajar a los insectos en pleno vuelo, y otra fuerte como acero para que la araña pueda colgarse desde lo alto.
Cómo y por qué cada tipo de seda termina con distintas características sigue siendo una incógnita, pero lo más probable es que se deba a la composición genética. Descifrar ese genoma, sin embargo, no es nada fácil.
Hasta tiempos recientes, los científicos tenían que dividir en trozos el ADN de las glándulas y pedirle a una computadora que trate de armar la secuencia genética, como si fuera un rompecabezas. De por sí esa es una tarea hercúlea, pero más aún con las arañas porque su composición genética es larga y repetitiva.
Es como si la composición genética fuese una oración sumamente larga en que aparece una palabra repetida varias veces, explicó Sarah Stellwagen de la Universidad de Maryland. Si uno no tiene idea de lo que dice la oración, ¿cómo armarla en base a una maraña de palabras, algunas repetidas miles de veces?
Ese es precisamente el problema que encaró Stellwagen recientemente cuando descifró el mapa genético de un tipo de seda de araña. Inicialmente pensó que le llevaría poco tiempo, pero demoró dos años.
Para poder imitar la seda natural, es necesario construir el genoma completo, dijo Stellwagen. Si un científico trata de producir seda sintética con sólo parte del genoma o en base a una versión simple de laboratorio “no tendrá las mismas características que la seda despedida por la araña”, declaró.
Ese es el problema que han encarado en el pasado científicos que han tratado de usar versiones genéticamente alteradas de levadura, microbios e incluso cabras para fabricar seda sintética. Apenas el año pasado lograron reproducir perfectamente la seda utilizada para guindarse por un tipo de araña.
“¿Pero qué ocurre con las otras 48.000 especies?”, pregunta Hayashi.
La tecnología ha mejorado. Ahora los expertos pueden trazar el mapa genético de punta a punta sin tener que partirlo en trozos. Y diversas corporaciones han llegado muy cerca a producir seda sintética para producción en masa.
Es una tarea titánica, si se considera la gran cantidad de especies de araña que existen, y el hecho de que algunas de ellas son del tamaño del punto al final de esta oración.