Marta Minujín agita su smartphonecomo si fuera una maraca. Lo suyo parece la descripción de una pesadilla gótica. «¡Que horror!, ¡Que horror!», repite con el sonido afónico que la caracteriza. «¿No hay Internet?». Estamos en una cafetería en la planta alta de un shopping y ella, la única artista visual que cualquier persona reconoce hoy en Buenos Aires, intenta reenviar un mensaje en el WhatsApp, un texto sobre ella que alguien posteó en Instagram acompañando una foto sacada entre los pasillos de gomaespuma de «Menesunda Reloaded» (Menesunda Recargada), la tercera versión de su ambientación happening que se puede ver en el New Museum de Nueva York, hasta el 26 de este mes (y que podría seguir rumbo a Tate Liverpool en 2020).
Minujín ha llegado a la cafetería sin sus característicos Rayban. Dice que lo hace para que no la vuelvan loca. Está aquí en modo incógnito, descubriendo sus ojos casi olvidados tras la fachada de un personaje que es, acaso, su obra cumbre. Pero resulta raro: el recuerdo de su mirada se volverá huidizo un rato después. Como si nunca hubiéramos visto por debajo de sus lentes.
Es el final de su jornada que empieza unas horas después del mediodía en su taller factoría de la calle Humberto Primo, en el barrio de San Cristóbal. Allí, desde junio, Minujín dedica por lo menos una hora del día a revisar personalmente y de forma exhaustiva los posteos que los visitantes al New Museum hacen en Instagram de «Menesunda Reloaded» . Más que una maratón narcisista, se trata de una forma de vigilancia: su smartphone deviene torre de control, un panóptico foucaultiano a través del cual la revisa el comportamiento del público en el laberinto que causó sensación y polémica la primera vez que se montó (en coautoría con Rubén Santantonín y un team de colaboradores), en julio de 1965 en el Instituto Di Tella.
Minujín bucea entre todos los hashtags relacionados con ella y La Menesunda: pesca y repostea. «Fue tal la vanguardia de mi proyecto original que parece que la obra hubiera sido hecha para instagramers. Lo malo es que no la están viendo de a uno, como estuvo pensado. Son miles y miles de fotos todos los días. La gente vive ahí adentro». Exagera. Acaso no sean miles pero sí es cierto que son muchos y lo mejor es lo que escapa de su control a ocho mil quinientos kilómetros de distancia del Bowery neoyorquino.
«Encontré una foto de dos tipos con un perro. ¡Y no me gustó! ¡Me enojé mucho!». Dice que le escribió inmediatamente al director del museo y al curador, el italiano Massimiliano Gioni. Le contestaron que una ley de la ciudad permite que los autistas entren a los museos acompañados de animales. Pero la pesquisa siguió. «Me puse a seguir las cuentas de estos chicos y vi que nada que ver».
Es curioso escucharla. Como si la creadora de la obra también tuviera que trabajar como guardiana de sala, con un celo que ningún empleado pondría. «Mientras yo estuve ahí dejaban entrar sesenta personas por hora, pero después empezaron a meter doscientas, trescientas. Y no puede ser. Tampoco deberían entrar menores de 16 años y en las fotos ves chicos todo el tiempo. Se lo dije al curador».
-¿Y que te respondieron?
-Dejaron de contestarme después de los primeros mails que les mandé. Tampoco me quieren decir cuánta gente la fue a ver la muestra hasta ahora porque saben que están ingresando más personas de las que deberían. ¿Por qué no preguntás vos a ver si te dicen?
En el departamento de prensa del New Museum son amablemente vagos. «No tenemos un número exacto disponible en este momento, pero decenas de miles de visitantes han pasado por la exposición», contestan. Minujín busca otra imagen en su celular. «Mirá acá, se ve que entraron siete personas en el túnel de gomaespuma que tendría que ser de a uno. ¡Una barbaridad! ¿Sabés que me dijeron cuando me quejé?»
-No.
-Me dijeron que bueno, que en el siglo XXI la gente entra así. Que empiezan a empujar y se cansan de hacer cola.
Olimpia Dior es el nombre de una performer que está en la nómina de los actores que ocupan el lugar del matrimonio que descubre su intimidad ante el público. Algo que en 1965 levantó la temperatura del escándalo mediático. Ahora la que se escandaliza es la propia artista. La cama está pensada para dos pero en la cuenta de Instagram de Olimpia Dior, que se parece mucho a Ludovica Squirru, Minujín ha encontrado tres, cuatro hasta cinco personas al mismo tiempo. «Yo quería que hubiera una pareja argentina para recordar a La Menesunda original pero por ley tuve que optar entre un elenco vocacional que está disponible para hacer cosas en el New Museum. Igual son todos geniales, mucho más libres. Cada pareja hace un turno de cuatro horas, pero pronto empezaron a hacer lo que querían. Tomaron La Menesunda como si tomaran el control de un barco. Me hubiera gustado viajar y hacerles entrevistas a los actores porque parece que adoran estar ahí. aman.Pero no me pagan el pasaje y viajar sale cinco mil dólares. Y como está el dólar ahora.».
Un horror, sí, informó La Nación.