Una ronda de mates en un reparo de Chacaico Sur, entre piedras y arbustos. Zulma es la única mujer en un círculo de geólogos y técnicos petroleros. Se habla del desierto, de la vida y de lo que dicen las rocas. Ella mira todo y mira la nada. De pronto, fija la vista y le pide a uno de los hombres que se corra un poco. Hay algo. Un par de gotas viscosas sobre un círculo casi perfecto, grabado en la roca.
Zulma se acerca a la piedra y con el dedo recorre el espinazo, las vértebras y luego los dientes de un ictiosaurio del período Jurásico ¡Bingo!
Los fósiles del animal tenían petróleo chorreando desde el punto donde hace millones de años, antes de hacerse roca, estuvo uno de sus ojos. Hoy se podría decir que el ictosaurio -una extinguida bestia marina- lloraba petróleo de Vaca Muerta.
La escena de Chacaico Sur sucedió en 1974, cuando Zulma Brandoni de Gasparini comenzaba a navegar los mares de Vaca Muerta, ese fantástico mundo jurásico que hoy le da una fabulosa chance a la industria petrolera y a la Argentina.
“En esa época pensábamos que teníamos que cavar para llegar a los fósiles, este ictiosaurio estaba arriba, en la roca misma, y tenía petróleo. Y sí, era el petróleo de Vaca Muerta”, recuerda y reflexiona la investigadora platense, referencia mundial en reptiles marinos del Jurásico y madre de uno de los animales más increíbles de todos los tiempos.
Es que en 1987, en Pampa Tril, una zona semiárida cercana a Chos Malal, Gasparini descubrió los fósiles de Dakosaurus Andinensis. Un bicho increíble: cabeza de dinosaurio, torso de cocodrilo y cola de tiburón. El “top predator” del mar jurásico.
Hace millones de años, la Cuenca Neuquina era un enorme golfo semitropical de fauna variada que, sin cordillera de los Andes, se alimentaba del océano Pacífico. En lugar del cordón montañoso había islas que frenaban el ímpetu marino y generaba un hábitat excepcional para parición de crías de -entre otros animales- delfines violentos (ictiosaurios), nahuelitos enormes (plesiosaurios), calamares, peces y tortugas gigantes. Entre ellos, arriba en la cadena alimentaria se ubicaba Dakosaurus, el chico malo.
Este animal de dientes finos y de bordes aserrados, tramontineros, estuvo bajo sospecha. Para algunos paleontólogos, se trataba de un dinosaurio y no de un reptil marino. Había elementos para la duda: su cabeza es muy parecida a la del Godzilla de Hollywood.
“Mire, Zulma, es un fósil impresionante pero, fíjese bien, parece que usted ha descubierto un dinosaurio”, le dijo un colega inglés. Para ella estaba claro el origen marino. La prueba concluyente fue la identificación de una glándula expulsora de sal detectada por Marta Fernández, colega y amiga de Gasparini.
En 2005, Dakosaurus fue presentado al mundo. Fue tapa de National Geographic y artículo calificado de Science.
La mujer de los mares jurásicos tiene 75 años y vive en el barrio La Loma de la ciudad de La Plata, a 30 metros del lugar donde nació. Ha sido declarada ciudadana ilustre. Es reconocida en todo el mundo y disfruta hablar de Neuquén, del mundo perdido y de todo lo que dejó ese mar de Vaca Muerta.
“El descubrimiento del ictiosaurio de Chacaico tiene el valor de haber sido el primero y fue el premio a muchos esfuerzos. También el que confirmó mi decisión de investigar reptiles marinos. Dakosaurus, que es un cocodrilo, tuvo un impacto mundial. Por las características del cráneo le pusimos Godzilla, realmente se parece a Godzilla”, ríe Zulma en las catacumbas del fabuloso Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Aquí, en el subsuelo, trabaja sin horarios y a placer, como investigadora del Conicet.
“Vaca Muerta concentra los secretos de ambiente anóxico (sin oxígeno) donde la materia orgánica se descomponía muy lentamente. Este mar jurásico comenzó a somerizarse en el Cretácico y luego desapareció. La extinción de los reptiles marinos nada tiene que ver con la somerización de ese mar”, describe Gasparini.
La paleontóloga comenta que los descubrimientos en Neuquén terminaron con la teoría respecto de cómo fue el origen de la Cuenca Neuquina. No fue una cuenca cerrada, un mar muerto, aunque sí un lugar protegido. Estas particularidades potenciaron la fauna de ese mar.
La riqueza hidrocarburífera de Vaca Muerta está a unos 2500- 2800 metros de profundidad. Es allí donde se dieron las condiciones para generar petróleo y gas. En otros lugares, como Chacaico y Pampa Tril, la formación Vaca Muerta aflora y sin hidrocarburos exhibe valiosísimos registros de ese mar extinto.
Es común en la zona encontrar amonites, caracoles, dientes e inclusos discos que parecen platos y que, en realidad, son parte de la columna de los plesiosaurios que hay pruebas tuvieron excepcionales exponentes en la Cuenca Neuquina.
“La riqueza paleontológica de Neuquén es única en el mundo y quizás no se tenga dimensión de la escala y la importancia que tiene el museo Olsacher de Zapala”, sostiene la investigadora, quien además de nadar por los mares jurásicos ha indagado en la construcción de mitos y leyendas sobre animales imposibles para nuestros días.
“¿Qué podía pensar un habitante originario cuando se encontraba con los fósiles de un ictiosaurio, el propio Dakosaurus o un plesiosaurio?”, pregunta. “¿De dónde surge la leyenda del Nahuelito?”, agrega. Nahuelito no es otra cosa que un plesiosaurio.
Una historia jamás escrita pero que muchos conocen es la del pliosaurio más grande del mundo. Encontrado y rescatado en Pampa Tril. El cráneo tenía 2,5 metros de diámetro. Si se proyecta, el posible tamaño de la bestia dejaría en estrechez los delirios del mismísimo Julio Verne. De ese cráneo quedaron solo las fotos. En algún momento, alguien tomó la enorme placa de piedra y fósiles y la transformó en lajas para alguna vereda zapalina.
“Ha sido un mar fabuloso”, se limita a decir Zulma, que sigue fascinada y con la lupa puesta en la Cuenca Neuquina.
En los 70 llegó con más ganas que medios, durmió en una carpa de campaña, se insoló en el campo, conoció y compartió con los mapuches, y siempre devolvió más de lo que recibió. Hace unos meses, le llegó un libro desde Nueva York: The dinosaur expert, de Margaret McNamara y Brian Karas. Está su historia en clave infantil, para incentivar a las niñas norteamericanas a estudiar ciencia, a animarse a más. Como hizo Zulma hace 45 años en la Patagonia profunda.