Cuando tenía diez años recibía con mucha alegría la bombachita rosa para navidad. Bombacha que aún hoy alguna tía regala sin saber, supongo, qué es lo que está regalando y por qué. La bombacha rosa, que debe ser obsequiada sí o sí por otra mujer con la que se comparte la mesa de Nochebuena, se entrega en Navidad a las solteras con el fin de alejar el mal y traer la procreación y la fertilidad. Porque bien nos contaron que ser soltera y no tener hijos es muy parecido a la infelicidad.
En esta sociedad las mujeres estamos destinadas a ser madres. Ya lo dijeron Facundo Aranay Sigmund Freud, el estado de embarazo es nuestro estado de mayor plenitud, ¿o no? Por eso muchas de nuestras tradiciones más antiguas nos recuerdan que el auge de nuestra vida es cuando gestamos una vida a este mundo descontrolado.
Desde tiempos inmemorables a las feminidades nos relacionan con el cuidado, el amor, la sensibilidad y la debilidad. Estas características nos dejaron y dejan afuera de un montón de círculos y lugares en donde los varones se disputan el poder entre ellos. Pero para qué querríamos estar ahí si podemos relajarnos en casa mientras lavamos la ropa, cocinamos, pedimos turno para el pediatra, barremos y sacamos a pasear al perro, ¿no?
Qué mejor que ser dóciles y suaves y no hablar fuerte ni molestar a nuestro pobre marido que trabaja tanto y que disfruta, bien ganado, de las mieles del capitalismo que avanza y amontona prostitutas en los bares, pone whisky en su vaso y la cosa se descontrola, ¿no?
La realidad es que la maternidad nos ubica en un lugar muy práctico y funcional y es una de las dificultades más grandes con las que se enfrentan los feminismos desde siempre. «La maternidad destina a la mujer a una existencia sedentaria; mientras el hombre caza, pesca o guerrea, ella permanece en el hogar», sostiene Simone de Beauvoir en «El segundo sexo». Es que sí. La gestación, los nueve meses de pausa, son un grillete en nuestras vidas productivas e independientes. Y que nadie se enoje por favor, es una realidad. Más allá de que te encante ser madre, que ames a tus hijes y que quieras tener mil, la posibilidad de reproducirnos y que suceda dentro nuestro ese suceso, nos restó derechos y libertades a lo largo de toda la historia.
Y si bien pasaron algunos años y las mujeres de hoy pueden, no todas pero muchas, darse el lujo de decidir y elegir con quién pasar o no pasar la vida, la tradición continúa y con ella se arrastran muchos de estos conceptos que parecen pavadas pero están relacionados, por ejemplo, con nuestro desempeño académico, nuestros sueños, deseos y anhelos cotidianos.
Los mitos y leyendas al rededor de nuestro nombre y de nuestra capacidad de gestar son miles y condicionan desde hace siglos el rol de la mujer en la sociedad. Y si bien los movimientos feministas lucharon y luchan hace décadas para terminar con estos preconceptos, la cultura se empecina en la misma idea: las mujeres (todas ellas, inclusive las menores de edad, las que no quieren y las que fueron abusadas) serán madres o no serán.
Regalar una bombacha rosa es un acto inofensivo, sí, pero el mensaje que se repite año a año es violento y peligroso. La obligación de maternar y la aniquilación de nuestro propio deseo durante siglos están ahí adentro, en ese pequeño paquetito que le regalás a tu sobrina cuando no sabés bien qué regalarle.
En este humilde acto, esta humilde periodista, comienza una dura (?) cruzada en contra de semejante pavada. Aggiornarnos a los tiempos que corren y entender que el medio es el mensaje y que las tradiciones perpetúan y sostienen muchas de las violencias sistemáticas que vivimos, es importante.
Los feminismos nos enseñan a repreguntarnos todo lo aprendido, desde los vínculos hasta las publicidades y no hay cuestión de orden social que escape de los roles de género prestablecidos. Yo creo que hoy le llegó la hora a la bombachita rosa de navidad. Qué decirles, capaz que una vedetina negra con encaje se adapta un poco mejor a nuestros culos modernos, señaló Filo News.