El país que hizo la paz es hoy, de nuevo, el que viola los derechos humanos. Al menos así lo han denunciado la ONU, la OEA, la CIDH y una porción importante del partido demócrata de Estados Unidos.
Casi un cuarto —55— de los congresistas en la Cámara del partido Demócrata firmaron una carta este viernes expresando “serias preocupaciones sobre la situación política y de derechos humanos en Colombia”. Dirigida al Secretario de Estado, Antony Blinken, los congresistas del sector más a la izquierda del partido del presidente Joe Biden le piden que suspenda toda la asistencia a la Policía Nacional, en medio de las acusaciones por brutalidad policial durante las manifestaciones del paro.
Desde el 2008, cuando el gobierno de Álvaro Uribe intentaba lograr la aprobación del TLC, no llegaba un mensaje similar de Washington. En esa ocasión 67 demócratas le escribieron a Uribe criticando los señalamientos que había hecho su asesor, Jose Obdulio Gaviria, de que una marcha contra el paramilitarismo, promovida por Iván Cepeda, estaba organizada por las Farc.
Al final, los demócratas frenaron la aprobación del TLC. Hoy el panorama es incluso más difícil.
En ese entonces estaba George Bush, aliado de Uribe, en la Casa Blanca. Hoy está Joe Biden, quien no le ha recibido una llamada telefónica al presidente Iván Duque desde que se posesionó, un gesto duro para un aliado tan cercano. Además, la carta llega cuando el Gobierno colombiano está internamente acorralado, y es incapaz de frenar un paro sostenido durante 19 días.
Todo esto agarra al Gobierno, además, en medio de una crisis interna de política exterior creada por una seguidilla de errores.
Crisis dentro de la crisis
Claudia Blum, la cara de Colombia ante el mundo, se fue esta semana del Gobierno en medio de críticas reiterativas sobre su ausencia. La imagen de la canciller dando declaraciones en video, frente a una biblioteca y un cuadro de Simón Bolívar en el Palacio de San Carlos se volvió repetitiva. Durante la pandemia salió una vez de Colombia, y dentro de Colombia salió poco incluso de la sede de la Cancillería.
Luego llegó el paro. En dos semanas el legado internacional que Duque había reconstruido —a través del estatuto para regularizar a casi 2 millones de migrantes venezolanos— se vino al piso. Con él cayó la canciller Claudia Blum.
Pero esto no fue lo que precipitó su salida, la segunda de un miembro del gabinete en medio de esta crisis. Blum se fue molesta, —y entregándole su cabeza al paro— porque su vicecanciller, Adriana Mejía, estaba actuando sin su autorización en temas públicos y delicados desde hace tiempo, con la mirada pasiva de la presidencia Duque. El episodio que detonó la renuncia fue una carta que envió la vicecanciller Mejía, sin la autorización de Blum, a Michelle Bachelet, la Alta Comisionada de los Derechos Humanos de la ONU.
“El Estado colombiano observa con suma preocupación las aseveraciones formuladas por la Oficina de la Alta Comisionada, (…) y lamenta profundamente que la Oficina haya decidido emitir este comunicado sin verificar, con fuentes oficiales”. La carta respondía en un tono poco diplomático a las críticas que había hecho esa oficina, que denunció que la Policía “abrió fuego contra manifestantes” en Cali y mató e hirió a varios de ellos.
La versión del desencuentro de Blum con Mejía circuló en las secciones de confidenciales de Camila Zuluaga, Darcy Quinn y María Isabel Rueda, y La Silla Vacía la confirmó con dos personas dentro de la Cancillería.
Tras la salida de Blum el presidente Duque encargó temporalmente de la Cancillería a Mejía, una señal de que avalaba su gestión a la sombra. Luego del incidente de la carta, según le dijo una persona de la Cancillería a La Silla Vacía a condición de no ser nombrada, Mejía consiguió el apoyo de la Jefa de Gabinete, María Paula Correa. Esta, afirma esa fuente, viene concentrando poder en el manejo de las relaciones internacionales, especialmente, la relación con Estados Unidos.
Por eso el peso de los retrocesos en política exterior de las últimas dos semanas no caen solo sobre los hombros de la canciller. Varias decisiones cruciales ya no pasaban por sus manos. Y su salida del Gobierno hará poco para darle un giro a la posición internacional en la que queda el Gobierno.
Según Sandra Borda, experta en relaciones internacionales, la renuncia de Blum “demuestra un desbarajuste dentro del Gobierno. En Palacio se arrogaron la formulación de la política exterior”. Pese a que la cabeza que rodó fue la de la canciller, las responsabilidades del golpe internacional se encuentran en la Casa de Nariño.
El golpe internacional a Duque
La prensa internacional ha sido dura con Duque. Como nos confirmó un embajador, responder al cubrimiento negativo fue el mensaje principal que envió al Gobierno a sus representantes en el exterior. El presidente fue retratado ante el mundo como un político débil y cabeza de un aparato oficial represivo.
“La Policía colombiana responde a las protestas con balas”, tituló el New York Times, el diario más influyente del mundo, en un artículo de portada. “Duque da marcha atrás”, escribió en su editorial el diario El País, de España, luego del retiro de la tributaria. Agregó que “sacarla adelante requería de un enorme esfuerzo didáctico, altas dotes negociadoras y acertar con el momento adecuado. No ha sido el caso”.
La Silla consultó a dos corresponsales extranjeros, que pidieron no ser identificados para no comprometer la posición de sus medios. Ambos coinciden en que el paro borró lo que el Gobierno Duque había logrado con su Estatuto de Migrante. “Todo eso quedó hecho trizas”, nos dijo uno de los periodistas.
El Gobierno ha intentado ser más proactivo. Duque apareció esta semana, por ejemplo, en una entrevista con Christiane Amampour, de CNN en inglés. Amampour había entrevistado antes a Claudia López. Cuando le llegó el turno a Duque, sin embargo, el reconocimiento de la violencia policial del Gobierno llegó de nuevo en tono condicional. “Si hay conductas ilegales de la Policía y el Ejército, esas conductas están siendo investigadas y judicializadas”, le dijo a la periodista.
Pero a las cuentas de Twitter de los poderes en Washington en cambio ya acusaron recibo de las imágenes inequívocas de excesos policiales. En la carta de los 55 congresistas gringos mencionan “cientos de videos ciudadanos” que muestran el uso indiscriminado de armas letales y no letales.
El Gobierno ya había recibido mensajes diplomáticos duros de sus aliados. Desde la Cancillería de Estados Unidos, en los primeros días del paro, salió un pronunciamiento urgiendo a “la Fuerza Pública máxima moderación para evitar más pérdidas de vidas”. El secretario general de la OEA, Luis Almagro, fue más lejos: “condenamos especialmente los casos por tortura y asesinato por las fuerzas del orden”, dijo en un video.
Además, en Washington hoy son los Demócratas los que controlan la Cámara, el Senado y la Casa Blanca. “El uso de videos de celulares ha tenido un impacto enorme en afectar la percepción acá”, dice Adam Isacson, analista de seguridad de Wola, una ONG con sede en Washington especializada en América Latina.
De la capital de Estados Unidos han llegado mensajes críticos también de otros congresistas demócratas influyentes y más de centro. Por ejemplo, de Patrick Leahy presidente pro tempore del Senado, y de Gregory Meeks, presidente del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara gringa. Ambos presiden comités claves para la aprobación de recursos para Colombia.
La Casa Blanca está aún por tomar una posición más decidida en medio de la presión que recibe de sus congresistas. Según Isacson, “Biden ha sido muy cauteloso en no marcar mucha distancia con Duque”. Pero agrega que “eso puede cambiar” ante la creciente presión y la posición del Centro Democrático que justifica los excesos. De hecho, en una columna publicada en The New York Times este fin de semana, Isacson escribe que “Biden debe ayudar a impulsar un diálogo”.
Primero tendría que hablar con Duque por primera vez.
La internacionalización del paro
Esto no será fácil. El Gobierno de Duque tuvo una visión clara de política internacional al comienzo de su mandato: el cambio de régimen en Venezuela. Lideró con éxito el Grupo de Lima y contó con el apoyo de la administración Trump. Pero, como contamos Duque se fue quedando solo. Y la apuesta al final fracasó, con Maduro atornillado en el poder.
La muestra más elocuente de este cambio fue la reacción de Almagro, el Secretario de la OEA, durante el paro.
Hace poco más de dos años él estaba en Cúcuta, con Juan Guaidó y el presidente de Chile, Sebastián Piñera, aplaudiendo la iniciativa de Colombia para liderar el cruce de ayuda humanitaria. Hoy condena a Duque con palabras similares a las que ha utilizado contra Nicolás Maduro.
Luego llegaron las elecciones de Estados Unidos. Algunos miembros del Centro Democrático —y, según señalamientos del expresidente Santos, también el embajador de Duque en Estados Unidos, Francisco Santos— le hicieron campaña a Trump. Pero ganó Biden, y quedaron heridas importantes en la relación bilateral.
Desde entonces, Duque ha caminado una delgada línea en la escena internacional, llena de dilemas. Según Sandra Borda, el Gobierno se debate entre “la necesidad de satisfacer el manual de Uribe en las relaciones internacionales y enfrentar un nuevo escenario global”.
Ahora, además de una crisis interna sin solución a la vista, el paro se metió en la discusión internacional y está haciendo estragos en esa fina línea. Borra la cómoda distancia que generalmente existe en Colombia entre la política internacional y la interna. Lo hace justo cuando hay un aparato diplomático en crisis. Y ahora, por ejemplo, la reticencia de Duque para condenar los abusos policiales no será ahora solo gasolina en las calles y alimento a sus bases. También podría terminar por amenazar la cooperación de Estados Unidos para la Policía, como lo piden más de 50 congresistas en Washington.
Fuente: La Silla Vacía