Pese a las dificultades productivas, la raza llevó adelante su jura en la Exposición Rural; los criadores apuestan al carácter magro de los cortes
Merino en Palermo. Estaba todo listo para que los Poll Merino volvieran a pisar la pista central de Palermo después de doce años. El regreso de esta histórica raza ovina a la Exposición Rural no era un hecho menor: por primera vez, iban a desfilar en el escenario mayor del predio, el mismo por donde pasan los grandes campeones bovinos y equinos, frente a tribunas colmadas de público, jurados y cámaras. Pero la lluvia alteró los planes. Según informa: La Nación
El concurso, previsto al aire libre, fue reprogramado de urgencia y trasladado al Pabellón Ocre, bajo techo. Aun con el cambio de escenario, el significado del regreso se mantuvo intacto: después de más de una década de ausencia, el Merino volvió a Palermo para ocupar, una vez más, lo que sus criadores describen como una de las “grandes vidrieras” del campo.
“Volver con el Merino después de tanto tiempo, y encima a esta pista, fue algo muy especial”, afirma Matías Pérez Garderes, quien viajó desde Alpachiri, en el sur de La Pampa, con uno de sus carneros criados en los campos familiares. De las once cabañas que se habían inscripto, solo tres lograron llegar. El resto quedó en el camino por dificultades logísticas, altos costos o falta de condiciones. A Pérez Garderes lo acompañaron un ejemplar de Sarmiento, en Chubut, y otro perteneciente a Nicolás Pino, presidente de la Sociedad Rural Argentina.
En 2014, cuando Pérez Garderes fue a inscribirse, ya no había otros productores anotados con Merino. Volver solo no tenía sentido, así que dejó de participar. Este año, una iniciativa desde el sur para reunir más animales volvió a entusiasmarlo. Aunque muchas cabañas finalmente no pudieron sumarse, el cabañero decidió traer igual lo suyo. «Quedamos pocos, pero esto sigue siendo una vidriera”, señaló.
La historia de su cabaña, llamada La Nueva Argentina, se remonta a 1928, cuando su bisabuelo comenzó a trabajar con Merino argentino: animales de lana corta, bien arrugados y muy cubiertos. En 1936 se incorporó el primer carnero australiano, y desde entonces la familia no dejó de criar ovinos. Lo siguió su abuelo, su padre y ahora continúan él y su hermano. Hoy cuentan con unas 300 ovejas , aunque en mejores tiempos llegaron a tener 900.
Buena parte del rodeo conserva genética del plantel original. Otras hembras provienen de compras en Australia. La raza, explica Pérez Garderes, es de doble propósito: lana y carne. En su campo trabajan con animales que alcanzan los 170 kilos y producen hasta 18 kilos de lana de 20 micrones. En los últimos años, además, empezaron a incorporar criterios de selección carniceros, como el área de ojo de bife y la grasa dorsal.
La producción se reparte entre lo textil y lo frigorífico. El cordero va a faena, parte es para consumo propio en los campos, y las ovejas viejas también se venden como carne. “El Merino tiene una carne magra, con menos grasa que otras razas. Solo la Pampinta, una raza desarrollada también en La Pampa, tiene un nivel más bajo de grasa” , dice.
Además del establecimiento familiar en Alpachiri, trabajan con ganadería en campos en Cuchillocó, en el oeste pampeano.
Pérez Garderes explica que la caída del stock ovino en la Patagonia responde a una combinación de factores. “El número de animales bajó por las grandes sequías, las cenizas, los depredadores y las malas políticas. Hace 50 años que no hay incentivos para la actividad”, dice . Y agrega: “Se perdió rentabilidad, se abandonaron campos y muchos productores se alejaron” .
Uno de los principales problemas, explica, es la falta de transparencia en el mercado. “Si no trabajás con un exportador directo, terminás vendiendo al barraquero de turno, dos dólares abajo del precio real”. Él logra exportar, pero admite que con poca escala, así, la rentabilidad se vuelve difícil de sostener.
A eso se suma un problema cada vez más frecuente que es el avance de los depredadores en zonas despobladas . En su campo La Laguna del Toro, donde se conserva buena parte de la genética de la cabaña, la presencia de pumas, zorros y guanacos es constante. “Es mucho campo solo, que se llena de depredadores porque la gente lo ha abandonado. Hay que recorrer la Patagonia para entender lo que implica vivir y producir allá”, advierte.
Volver a Palermo, en ese contexto, fue mucho más que una simple participación. “Al principio no le daba tanta importancia, pero ahora estoy realmente contento. Se acerca gente de todo el mundo, se interesa por la raza, me hacen notas. Palermo tiene eso: es una vidriera. Recorrí exposiciones rurales en varios países y no vi un predio como este. Los salones, los restaurantes… el glamour que hay acá no se ve en ningún otro lado” , resume Pérez Garderes.