Cada año, en junio, China impone uno de los mecanismos de censura de mayor referencia en el mundo: activa una enorme red de algoritmos automatizados y decenas de miles de expurgadores humanos que limpian cualquier referencia en internet de la revuelta en Pekín en 1989, en la plaza de Tiananmen.
El simple hecho de compartir imágenes en Twitter -una plataforma a la que ni siquiera pueden acceder la mayoría de los internautas en China- puede provocar la cárcel. Las computadoras se ocupan de someter un hecho histórico a acto de “olvido público”. Matar al mensajero es matar al algoritmo.
Los chinos -que son muchos y en breve los dueños del mercado mundial según las proyecciones de economistas- abandonaron lo que era un usual modo de control: apretar a los medios o a los periodistas en pos de evitar que la evocación del relato reviva las manifestaciones callejeras ocurridas en junio de 1989, cuyas principales banderas fueron la libertad de prensa, de reunión y acabar con la corrupción oficial.
Pero ¿puede un algoritmo desactivar la memoria colectiva? ¿O definir los gustos condicionando nuestro mundo de referencia? Las redes sociales y los móviles como principal soporte rigen hoy los consumos. Citemos como referencia una telaraña del pasado: la tapa impresa de los diarios y su posterior campaneo en radios abandonó su rol de faro matinal en la construcción de la agenda del día.
Los contenidos fluyen, en apariencia anárquicos, por nuevos canales y los periodistas debemos surfear el tsunami de las transformaciones. Cambió el consumo de las noticias, el entretenimiento y, con ello, nuestra rutina de trabajo.
Los algoritmos se usan para predecir resultados electorales, conocer nuestros gustos, buscarnos una pareja o las noticias que nos gustaría leer o compartir. Una revolución tecnológica que en periodismo dejó un tendal o abrió nuevas puertas en nuestro campo de acción laboral.
En el big data los algoritmos analizan millones de datos de consumidores, especialmente en redes sociales. Están por todas partes: deciden, por ejemplo, qué se verá en nuestros muros de Facebook, una red central en el consumo de información.
Los chinos, entonces, la pensaron bien. Atacaron el “origen” del problema y fueron por el peor atentado a la historia y al periodismo: el olvido.
En la era de la sobreinformación y de los contenidos creados a imagen y semejanza de cada consumidor, ¿qué nos queda a los periodistas? Hoy rigen otros patrones de consumo en las audiencias y, con ellos, las rutinas de trabajo de quienes ejercemos este oficio.
Hoy periodismo es sinónimo de cambio, transformación y actualización permanente.
Ana Tronfi para ADN SUR