La idea de reprogramar los pagos sin modificar los montos se sustenta en la creencia de que así se volvería a conseguir financiamiento internacional. Pero tendría altos costos.
Alberto Fernández anunció que en caso de llegar a la presidencia intentará una renegociación de la deuda pública «a la uruguaya» y abrió un abanico muy amplio de sensaciones y análisis.
Esa forma de encarar la reprogramación de la deuda contemplaría una prolongación de los plazos de pagode los bonos, pero sin contemplar quitas en el capital o los intereses.
La primera sensación de los operadores financieros fue de aliviopor considerar que el candidato del Frente de Todos se acercaba a propuestas moderadas y amigables para encarar un problema de alta sensibilidad para una Argentina estancada y sin posibilidades de financiamiento externo.
Cualquiera sea el candidato que gane las elecciones tendrá que enfrentar una realidad palpable: los pagos de deuda pública entre enero y diciembre del año próximo representan US$29.000 millones repartidos casi en mitades entre obligaciones en dólares y en pesos. Y con esos números se inició una discusión profunda entre los economistas sobre cómo encarar la reprogramación de los pagos.
La posición de los economistas «albertistas» de que el «reperfilamiento» debe consistir solo en el alargamiento de plazos se basa en la creencia de que por esa vía se aceleraría la posibilidad de volver aconseguir financiamiento en el mercado internacional.
El punto difícil de esa posición es que, sin quita, el ajuste que deberá encarar el Gobierno para conseguir un superávit fiscal creíble sería muy importante.
Amodo de síntesis, el dilema de la deuda se resume en que a menor quita en los bonos, el superávit fiscal necesario será mucho mayor para convencer a los acreedores de que los pagos estarán garantizados. Más quita exigiría menos superávit pero, se supone, menos confianza de los mercados.
La urgencia para el próximo Gobierno, además, está en que los compromisos más abultados del año próximo se concentran entre enero y mayo (casi US$23.000 millones).
La sensibilidad del problema, además, se agudiza al ver la necesidad de emitir pesosque tendría el Central y el posible impacto inflacionario, aun cuando un posible Gobierno de Alberto Fernández pondría en una situación destacada un acuerdo de precios y salarios para combatir la inercia inflacionaria.
La moderación de las declaraciones de la oposición contrasta con la baja de las reservas del Central que desde la jornada previa a las PASO del 11 de agosto se redujeron en US$18.000 millones, en torno de 27%, para ubicarse en US$48.000 millones.
Una de las definiciones sensibles de la semana estuvo a cargo del titular del Banco Central, Guido Sandleris: «Hay dólares suficientes para llegar hasta diciembre». La pregunta sin respuesta es ¿y después, qué?
Quien gane las elecciones tendrá a su favor la posibilidad de que el FMI desembolse los dos tramos restantes del préstamo que acordó el Gobierno (unos US$10.000 millones), pero que quedó a tiro de una renegociación.
Fernández despliega su propuesta de un acuerdo con la CGT y la Unión Industrial como su propuesta antinflacionaria de arranque. Habrá que esperar para ver de qué esta acompañado este esquema que ya demostró éxitos de corto plazo y fracasos categóricosen la historia argentina. Sin sustento en la macroeconomía, esos acuerdos terminan haciendo agua.
La Argentina de estos días demuestra que a la hora de sentarse en la mesa de negociación aparecen más los pedidos de ventajas que las concesiones sectoriales para afrontar los costos de los armados políticos.
Para edificar un acuerdo sólido en materia de precios y salarios habría que pensar en dos bases de sustentación: un camino hacia el superávit fiscal y la posibilidad de estabilizar el dólar por un tiempo.
Curiosamente, en estos días el Gobierno y la oposición sostienen que el actual nivel del dólar es adecuado en términos de competitividad, pero todos se cuidan de hacer pronósticos firmes. La incertidumbre sobre si efectivamente habrá un plan económico creíble que permita pensar en bajar la inflación, hacer sostenible el pago de la deuda y abrir las puertas para salir del estancamiento, es muy alta. Y es un freno fuerte para las expectativas y el optimismo, informó El Clarín.