La Patagonia fue refugio de pistoleros muy conocidos. Los más legendarios, se escondieron tras una utopía ganadera en Cholila (Chubut).
La historia de la Patagonia guarda elementos extraordinariamente singulares. No hay más que recordar a los autoproclamados reyes o al presidente de El Bolsón, por citar algunos ejemplos. Hay decenas de relatos excepcionales situados en estas tierras. Esta vez hacemos un recorrido por el universo de los bandoleros que llegaban al sur del mundo -a finales del siglo XIX y principios del XX- escapando de la ley y se mezclaban en la ruralidad patagónica.
Para empezar, el llamado bandolerismo en la región no fue un fenómeno uniforme; si bien algunos forajidos se volvieron leyendas, la mayoría encarnó una figura rapaz y, muchas veces, cruel. Entre los nombres que cimentaron esta reputación violenta destaca Ascencio Brunel, apodado el «demonio de la Patagonia» o «el bandolero fantasma». Nacido en Uruguay, Brunel se refugió en el extremo sur del continente después de cometer un homicidio en Punta Arenas (Chile), operando como cuatrero y siendo acusado incluso del homicidio de un estanciero.

En un mundo dominado por hombres, emergió la figura de Elena Greenhill, conocida como la «Bandolera inglesa», quien desplegó sus actividades en Neuquén y Río Negro durante los primeros tres lustros del siglo XX. Greenhill se vinculó al comercio ilegal de ganado a través de su marido chileno, Manuel de la Cruz Astete, forjando fuertes redes de solidaridad a pesar de la constante hostilidad policial. Su vida, breve e intensa, culminó en 1915 en una emboscada de la policía en Gan Gan (Chubut).
La inseguridad en el territorio se hizo palpable con otros bandidos que aterrorizaron áreas específicas. Eugenio Ovando Patiño, por ejemplo, operó en Chubut y la meseta rionegrina antes de su captura en la década de 1930. Años antes, en 1928, Roberto o Foster Rojas, conocido como el «Chacal de la Lipela», capitaneó una partida que generó una ola de asaltos y asesinatos cerca de San Carlos de Bariloche y Esquel. La prensa de la época describió este escenario como un «Far West» con delincuentes temerarios, un discurso que buscaba legitimar la necesidad de una represión estatal implacable.
Los más famosos
Quizás el capítulo más conocido de esta crónica de bandidos fue el protagonizado por el trío de forajidos norteamericanos: Robert LeRoy Parker (Butch Cassidy), Harry Alonzo Longabaugh (Sundance Kid) y Etha Place. Líderes de la temible Wild Bunch (Banda Salvaje) en EE. UU., llegaron a Buenos Aires en marzo de 1901 huyendo de la Agencia Pinkerton. Cassidy se registró bajo la identidad de James Ryan (o Santiago Ryan) y Sundance Kid como Harry Place (o Henry Place).
Tras ser recibidos por los vicecónsules George y Ralph Newbery, quienes les sugirieron la Patagonia como refugio, la banda se dirigió al sur. Su objetivo era alejarse de la delincuencia y establecer una vida como pacíficos ganaderos.
Se establecieron en el fértil valle de Cholila, a orillas del río Blanco, en Chubut. Con el dinero traído de EE. UU. abrieron una cuenta bancaria y adquirieron un predio que se convirtió en una próspera explotación rural. La propiedad llegó a abarcar 6.000 hectáreas, incluyendo una gran caballeriza y cuatro establos.

“Tengo 300 cabezas de vacunos”
La faceta productiva del trío se evidencia en su inventario: poseían 900 vacas, 1.500 ovejas y 40 caballos. En 1902, Cassidy, bajo su identidad falsa, solicitó el título de propiedad por unas 625 hectáreas que había colonizado, acogiéndose a la legislación argentina que promovía el asentamiento.
Ese año escribio una carta a una amiga en la que contaba su experiencia en el sur del mundo: “Este sector del mundo me pareció tan bueno que me establecí, según creo, para siempre, ya que cada día me gusta más. Tengo 300 cabezas de vacunos, 1.500 ovinos, 28 caballos de silla y dos peones que trabajan para mí. Además de una casa de 4 habitaciones, galpones, establo y gallinero”.
Luego hizo una descripción muy acertada del lugar: “Los veranos son hermosos y nunca alcanzan las temperaturas de allá (Utah). El pasto es alto, hasta las rodillas, en todas partes y el agua es excelente. Los inviernos son muy lluviosos y es raro que el piso se congele. Nunca vi una helada de dos pulgadas como allá…”, escribía.
Su fachada de respetabilidad fue tan convincente que el gobernador de Chubut, Julio Lezana, visitó su cabaña y bailó una zamba con Etha Place, sin sospechar en absoluto sus antecedentes criminales.
Sin embargo, esta vida de paz duró poco. Por aquel entonces apareció en Buenos Aires Frank Di Maio, el sabueso de la agencia Pinkerton que les seguía el rastro. Fue al banco de Londres, al hotel Europa, a la Dirección de Tierras, etc. Se entrevistó también con el cónsul George Newbery quien los reconoció en la famosa foto. Le informó que se habían asentado en Cholila y prometió atraerlos a Buenos Aires con cualquier excusa, cosa que no cumplió. Esto sucedió en la misma época en que el trío recibía en su rancho al gobernador Lezana y al jefe de policía.
Los norteamericanos terminaron por enterarse que les seguían el rastro de cerca y muy a su pesar abandonaron Cholila. Cuando en abril de 1905 fueron a detenerlos, ya se habían ido.
La banda de los norteamericanos

La Patagonia continuó siendo un refugio para pistoleros estadounidenses y sus cómplices. El final de Cassidy y Kid no significó el cese de la actividad criminal organizada, y pronto asomaron otros viejos camaradas del Lejano Oeste, como Roberto Perkins, Ben Kilpatrick (alias Tall Texan), Will Carver (alias News Carver) y Harvey Logan (alias Kid Curry o «Diente de oro»), este último uno de los delincuentes más buscados en los Estados Unidos.
En 1908, Roberto Evans (alias Hood) y William Wilson, bandoleros bien conocidos en el oeste de Chubut, se unieron a Duffy (Kid Curry), junto con el trelewense Mansel “Yake” Gibbon y el chileno Juan Vidal, para formar la «banda de los norteamericanos». Esta asociación criminal azotó la Patagonia por cuatro años más.
Sus atracos incluyeron los robos a bancos de Santa Cruz y San Luis y un atraco fallido a la casa Lahusen de Comodoro Rivadavia, donde asesinaron a un peón chileno. El asalto más resonante de esta banda ocurrió en la Compañía Mercantil de Arroyo Pescado, resultando en la muerte de su gerente, LLwyd Ap Iwan. Esta violencia escaló con el secuestro del hacendado Lucio Ramos Otero y su peón, José Quintanilla, a quienes mantuvieron encerrados por más de un mes cerca de Río Pico.
La historia de esta banda concluyó en Río Pico, donde Evans y Wilson murieron en un tiroteo con la recién creada policía fronteriza. Sus tumbas se encuentran en ese mismo lugar. La persecución y enfrentamiento con estos bandoleros forzó la creación de cuerpos de seguridad especializados y marcó la lucha por imponer la ley en los vastos y turbulentos territorios patagónicos.
La historia de la Patagonia guarda elementos extraordinariamente singulares. “Este sector del mundo me pareció tan bueno que me establecí, según creo, para siempre, ya que cada día me gusta más”, estas palabras son un ejemplo más. Información extraída de Más Producción.




