A la fuerte polarización política que vive Estados Unidos se suma un avance descontrolado del coronavirus que mató a más de 231.000 personas, causó una calamidad económica y alteró la campaña electoral así como la forma de votar. Hasta la tarde del lunes, 97 millones de estadounidenses habían sufragado por anticipado o por correo, lo que equivale a más de dos tercios de los votos emitidos en las anteriores presidenciales de 2016 y anticipa un récord de participación.
Además, el país sigue estremecido por una reciente ola de protestas contra el racismo y la brutalidad policial. Como si eso fuera poco, Trump ha buscado sembrar dudas sobre la limpieza de las elecciones al afirmar con insistencia, pero sin pruebas, que hay un riesgo de fraude y anticipar una batalla legal por la votación, en medio de temores de incidentes o violencia política.
«Quizás nunca hemos visto una elección en toda la historia de EE.UU. donde el propio presidente ha causado tanta tensión, confusión, caos y negación de costumbres fundamentales de la democracia», dice Allan Lichtman, un historiador especializado en elecciones estadounidenses.
«UN MOMENTO TAN EXPLOSIVO»
Estados Unidos ha celebrado diversas elecciones en momentos muy difíciles de su historia. Lo hizo por ejemplo en 1860 durante una crisis por la esclavitud que derivó en una Guerra Civil; en 1932 en medio de la Gran Depresión; y en 1940 y 1944 a la sombra de la Segunda Guerra Mundial; y en 1968 tras el asesinato de Martin Luther King y disturbios callejeros.
Pero la de este martes «es la elección más importante desde la Segunda Guerra Mundial: lo que está en juego es el futuro de la democracia estadounidense», señala Lichtman, profesor de historia en la American University de Washington. De hecho, la preocupación por la estabilidad de la democracia estadounidense recorre el espectro político, de izquierda a derecha: alcanza a tres de cada cuatro votantes (76%), según una encuesta del New York Times y Siena College.
En este clima de ansiedad e incertidumbre, parte del desafío es asegurar un desenlace ordenado y armonioso de los comicios. Durante la campaña, Trump evitó inicialmente comprometerse a un traspaso pacífico del poder si fuera derrotado. Luego, en octubre, dijo que sí lo aceptaría, aunque de inmediato añadió que quiere «que sea una elección honesta».
El presidente ha basado sus sospechas de fraude en los votos por correo que aumentaron a niveles récord por la pandemia, aunque ninguna evidencia muestra que ese tipo de sufragios se preste especialmente a trampas.
Trump anticipó el domingo que prevé acciones legales por la votación en lugares como Pensilvania, un estado clave de la elección que puede tardar días en contar los votos por correo. Biden, quien figuraba en las encuestas con una ventaja consistente a nivel nacional y menor en estados «bisagra», advirtió el domingo que «el presidente no se va a robar esta elección».
El candidato opositor había sugerido en junio que los militares podrían escoltar a Trump fuera de la Casa Blanca si se rehusara a aceptar una derrota, algo inimaginable hasta hace poco en este país. El clima puede enrarecerse aún más si, como prevén expertos, el resultado de la elección demora en conocerse más allá de la noche de este martes o la madrugada del miércoles por el incremento de los votos por correo en algunos estados.
Decenas de organizaciones activistas reunidas en una coalición denominada «Protege los Resultados» prevén protestas callejeras masivas a partir del miércoles en caso de que crean que Trump busca interferir en el recuento de votos. Algunos temen que se produzcan choques violentos en las calles entre opositores y partidarios del presidente.
«En estas semanas de campaña, el presidente Trump ha pedido a sus simpatizantes que ‘vayan’ a los colegios electorales y los ‘vigilen’, y que los grupos supremacistas blancos armados ‘se mantengan en guardia’ durante las elecciones», dice Erika Guevara-Rosas, directora para América de Amnistía Internacional.
«Estas no solo son declaraciones preocupantes, sino una clara señal de que los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley deberían estar en alerta máxima para prevenir la violencia política en un momento tan explosivo», agrega.
En este contexto, la Guardia Nacional ha previsto la posibilidad de desplegarse frente a posibles incidentes y distintos comercios en grandes ciudades como Washington DC, Los Ángeles y Nueva York cubrieron sus vidrieras con madera por temor a eventuales saqueos o hechos de vandalismo.
Sin embargo, otros apuestan que EE.UU. logrará superar los retos que rodean a esta elección, como lo hizo otras veces.
LAS DIFICULTADES
Lejos de desalentar la participación electoral, las dificultades que presentan estas presidenciales parecen haber llevado a los estadounidenses a votar con una determinación singular y el total de sufragios emitidos podría superar los 150 millones por primera vez en su historia.
De hecho, estados como Texas, Arizona o Hawái ya superaron la participación total que tuvieron en la elección de 2016. Las reglas sobre cómo y cuándo contar los votos por correo varían por estado: algunos, como Florida o Arizona, los comenzaron a escrutar con anticipación; otros, como Pensilvania y Wisconsin, recién lo harán este martes y esto podría demorar el resultado horas o días.
Cualquiera de esos estados puede resultar clave para determinar qué candidato tiene una mayoría absoluta de al menos 270 votos en el Colegio Electoral que escoge al presidente. EE.UU. carece de una comisión nacional electoral como las que tienen otros países, por lo que una indefinición del resultado podría acabar dirimiéndose en el Congreso o la justicia.
De hecho, Trump sugirió esta posibilidad en septiembre al justificar su prisa para ocupar el asiento de la Corte Suprema que quedó vacante con la muerte de la jueza Ruth Bader Ginsburg. «Creo que esto va a acabar en la Corte Suprema», declaró Trump a la prensa refiriéndose a estas elecciones. «Y creo que es muy importante que tengamos nueve jueces (…). Tener una situación de 4 a 4 no es una buena situación».
Con el aval del Senado controlado por su partido Republicano, el presidente logró en octubre designar a la jueza Amy Coney Barrett en el puesto vacante. Es muy inusual que la Corte Suprema defina una elección: ocurrió en 2000 cuando detuvo el recuento de los votos en Florida entre George W. Bush y Al Gore, y en 1876 cuando cinco jueces integraron una comisión que dirimió uno de los comicios más disputados de la historia de EE.UU.
Sin embargo, para estas elecciones el Supremo ya ha emitido órdenes por ejemplo para habilitar la recepción de votos en ausencia hasta días después de este martes en estados cruciales como Pensilvania o Carolina del Norte.
Por otro lado, algunos expertos anticipan que muchos votos por correo pueden ser invalidados por errores técnicos de los votantes al llenar sus boletas, sobre todo en estados donde hay reglas estrictas para emitir ese tipo de sufragios o falta experiencia para procesarlos. Republicanos y demócratas prepararon ejércitos de abogados ante la eventualidad de desafíos legales por la votación.
Los demócratas también han anticipado la posibilidad de que ni Trump ni Biden logren una mayoría clara en el Colegio Electoral y la definición pase a la Cámara de Representantes, algo que tampoco ocurre desde el siglo XIX.
Así, los escenarios posibles para esta elección van desde una definición rápida del resultado como es tradicional hasta una demora significativa en establecerse el ganador, lo que podría elevar el nerviosismo, sobre todo si Trump insiste en hablar de fraude o sus adversarios plantean dudas de sus intenciones, señaló ADN SUR.