Si alguien cree que los “discursos de odio” pueden motivar a personas desequilibradas a cometer barbaridades, ¿no sería mejor que tratara de desactivarlos en lugar de sostener que el odio es del otro, el fascista es el otro, el mal siempre está del otro lado?.
Dos semanas antes del atentado contra Cristina Kirchner, una parte importante del mundo fue sacudida por otro intento fallido de asesinato, según publica Infobae. La víctima fue el escritor Salman Rushdie quien sobrevivió milagrosamente. El atacante era un joven norteamericano llamado Hadi Matar, descendiente de libaneses. Su madre contó que en 2018, Matar estuvo 28 días de paseo por el Líbano y regresó transformado en un aguerrido y cerrado militante religioso. Unos años después, intentaría asesinar a Rushdie.
Existía allí un nexo evidente, una cadena lógica, entre la vida previa del atacante y el acto que realizó. Con convicciones aparentemente opuestas a las de Hadi Matar, muchos años antes, en 1995, el joven religioso ortodoxo Yigal Amir asesinó al líder israelí Itzjak Rabin. La maravillosa película Incitement cuenta la manera en que su entorno religioso fue sentando las bases para que Amir tomara la decisión que tomó. En ese ámbito, Rabin era considerado un traidor por negociar con el líder palestino Yasser Arafat.
El 6 de septiembre de 2018, se produjo otro episodio similar pero con una diferencia inquietante. En plena campaña electoral, el joven Adelio Bispo de Oliveira intentó asesinar a Jair Bolsonaro en Brasil. Como Cristina y Rushdie, Bolsonaro se salvó por milagro. En estos días, varias personas sostuvieron que Dios protegió a la vicepresidenta. Si tal cosa ocurrió, se trata evidentemente de alguien muy amplio. Sea como fuere, en la vida previa de Bispo de Oliveira no había ningún elemento que explicara su odio contra Bolsonaro.
Se trataba de un hombre solitario, que leía obsesivamente la biblia, se encerraba en su habitación durante horas, escribía confusos proyectos políticos en sus redes. Estaba convencido de que los masones lo perseguían y lo argumentaba en base a números y símbolos masónicos que sólo él percibía. En este caso, es difícil encontrar el nexo, la cadena lógica, que llevó a Adelio Bispo de Oliveira a tratar de asesinar al líder de la derecha brasileña.
Entre las personas que asesinaron a figuras famosas –o intentaron hacerlo- es especialmente interesante el caso de Marc Chapman, el asesino de John Lennon quien, muchos años después del hecho, explicó su motivación. Hasta ese momento se había especulado con que Chapman era un cristiano que mató a Lennon porque era más famoso que Cristo, o con que Chapman lo había matado porque sus convicciones religiosas eran ofendidas por algunas letras del artista. Chapman desmintió todo eso. “Lo maté porque quería ser famoso. Él era el más famoso de todos. Si yo lo mataba, conseguiría también serlo”. Así de simple, y de espantoso.
Uno de los problemas para caracterizar el sentido del atentado contra Cristina Kirchner es que los datos existentes sobre su autor no permiten extraer conclusiones terminantes. Fernando André Sabag Montiel no participó de ningún acto de Javier Milei, no tenía un libro dedicado de Mauricio Macri, en el archivo de su computadora no guardaba proclamas de odio contra CFK, ni editoriales de algunos de los periodistas más exacerbados de estos tiempos, no fue a insultar a Juncal y Uriburu.
Ni de sus posteos ni de las páginas que visitaba en internet se desprende algún interés por la política argentina. Aunque nos cuente entenderlo a quienes nos apasionamos por este extraño asunto, hay personas que tienen otros intereses, a las que el bombardeo de la grieta, literalmente, no les llegan. Ese podría ser el caso de Sabag Montiel, si se tienen en cuenta los elementos realmente existentes. O no. Quién sabe.
De cualquier modo, hay un indicio muy pequeño que podría ofrecer una explicación. Sabag Montiel se había tatuado en el codo un símbolo muy poco conocido, que utilizaban las SS de Hitler. El periodista y escritor argentino Juan Ruocco explicó que ese símbolo vincula a Sabag Montiel con otras personas que, en otros lugares de la tierra, produjeron atentados. Ruocco arriesga:
“Fernando Andres Sabag Montiel tenía tatuado el “Sol Negro”, uno de los símbolos más usados entre consumidores de estos memes e incluso quienes llevaron adelante atentados ¿Sabag Montiel tiene vínculo con todo lo de arriba? Poco, o posiblemente ninguno. Tiene mucha más pinta de ser un desequilibrado (un esquizo en el lenguaje de foro) que estaba fascinado con la simbología y poco más. Pero, en su caso, eso fue más que suficiente.
Todo el truco de este ‘meme peligroso’ consiste primero en exponer mediante cierto conjunto de sentido la idea de un occidente en decadencia y un pasado a rescatar. Esa operación solo puede realizarle mediante la violencia que, a su vez, es vector para que más gente sea expuesta al meme peligroso. Y así se repite una y otra vez”.
O sea, que el hombre que intentó asesinar a Cristina podría haber sido motivado por movimientos que se producen en zonas extrañas y conspirativas de las redes y no por nada que ocurra en los medios tradicionales argentinos. O no. Quién sabe. Entender las razones por las que un hombre hace algo tan extraño muchas veces es una tarea imposible.
Pese a ello, apenas ocurrió el intento de asesinato contra Cristina Kirchner, muchas personas entendieron claramente lo que había ocurrido. Tal vez motivado por esa necesidad tan humana de darle sentido a lo inexplicable -o por otros motivos menos honrosos- el presidente Alberto Fernández sostuvo que el atentado contra la Vicepresidenta se debía a los “discursos del odio” que se difunden desde ámbitos políticos, mediáticos y judiciales.
A esa misma hora, cientos de twitteros recordaban frases agresivas contra Cristina de otras personas. A la mañana siguiente, un canal oficialista tituló un graph “Los discursos del odio”, mientras reproducía imágenes de caceroleros que decían cualquier barbaridad contra CFK y las editoriales de periodistas cuya cara se podía ver en pantalla durante largos minutos.
Los “discursos del odio” son transversales. Es tan evidente eso que da vergüenza discutirlo. Contaminan y pervierten la democracia y la convivencia. Pero no necesariamente provocan asesinatos. O no necesariamente provocaron este intento de asesinato. Sin embargo, luego de ocurrido, se multiplicaron.
Si alguien cree que los “discursos del odio” pueden provocar males mayores, ¿no sería mejor que tratara de desactivarlos en lugar de sostener que “el odio es del otro”, el fascista es el otro, el mal siempre está del otro lado? Además, si los discursos del odio provocan asesinatos tal vez habría que castigar a sus autores, o prohibirlos. Pero, ¿a cuales? ¿A todos? ¿Solo a los de los enemigos del pueblo? ¿Y quienes son? ¿Quién arma la bendita listita?
La bala atascada de Sabag Montiel no cumplió -afortunada, milagrosamente- su objetivo. Pero, si no se procesa de una manera inteligente, está destinada a potenciar el odio hasta el infinito. Y si esta dinámica no frena, tarde o temprano la democracia estará en riesgo.