Esta historia, que anida en la provincia de Neuquén, va a derribar una fama triste y célebre edificada por el desenfado de unos forajidos, que parecen estar, en esta etapa política del país, fuera de juego. En los últimos años, la beligerancia de un sector radicalizado mapuche, con tomas de tierras y atentados diversos en la Patagonia, le estampó a esa etnia originaria del sur argentino un estigma.
Cada vez que se hablaba de mapuches, sobre toda esa cultura se extendía un manto oscuro, la idea de que todo ese pueblo es incendiario, okupa, tomador de tierras privadas. Se confundió todo, todavía más: que los mapuches no son argentinos y “vienen de Chile”, aún sostiene un sector de la sociedad que se niega a ver el fondo y los matices de una esfera más grande y diversa. Pero otros, en buena hora, trabajan para derribar esos mitos.
Existe en la provincia del volcán Lanín y de Vaca Muerta, del Cerro Chapelco y de Villa Traful, una cuadrilla inédita, inesperada y bienvenida. Es una brigada antincendios integrada en su totalidad por mapuches de entre 24 y 35 años, hombres y mujeres. Son una novedad cada vez más conocida entre los habitantes de la cordillera. La Brigada Mapuche va ganando reputación a fuerza de experiencias.
Son bomberos pagos, que trabajan orgullosamente para mitigar los fuegos que, cada vez más a menudo, disparan las sequías, los irresponsables y el cambio climático en el bosque andino patagónico, una maravilla que merece ser preservada. Habitan un cuartel operativo, en las afueras de Junín de los Andes, y son requeridos: los estancieros de la Sociedad Rural local, que primero miraron con desconfianza, ahora celebran la integración. Los requieren para tareas específicas y saben que cuentan con ellos si las llamas se disparan. Han tenido situaciones hasta ahora controlables. No los ha rodeado una fuego desencajado, pero se han desenvuelto con pericia y con éxito estableciendo estrategias adecuadas contra diferentes escenarios.
Se capacitan y aprenden cada vez más. Copian el modelo de los brigadistas anti fuego de California, a donde sueñan con trabajar, en intercambios, más pronto que tarde. El gobernador de Neuquén, Rolando Figueroa, tiempo atrás visitó su base operativa, un predio de 8 mil metros cuadrados, con unidades, móvieles, hangares y equipo de última generación. Se quedó sorprendido por el nivel de tecnología preventiva que manejan. Le mostraron cómo instalan y mapean con cámaras fijas las zonas donde pueden ocurrir siniestros. Sofisticados, muy por encima de los niveles locales, esperan pronto convertirse en brigadistas nacionales y con el certificado en mano poder seguir su carrera de capacitación incesante en el exterior.
Una historia antes
Pero, ¿cómo surgieron? Una historia antes de otra historia. Para eso hay que conocer a la Fundación Tierras Patagónicas, liderada por el entusiasta Maximiliano Knüll, descendiente de estancieros sureños, criado en la naturaleza, en un universo integrado por unos y otros, por los hijos de los dueños de la tierra y los integrantes de comunidades inmensas y con reclamos de propiedad todavía abiertos contra el Estado Argentino: Vera, Curruhuinca, Cayún, apellidos que nadie ignora en el sur lejano.
“Tenemos una mirada abierta. No de confrontación. Habitamos un mismo suelo. Compartimos una misma vida”, dice Knüll. “El fuego es igualitario, un drama que nos pega a todos por igual. Nos abocamos al cuidado del agua, la conservación de los bosques y el manejo del fuego, con énfasis en la prevención y la formación de personal especializado. Habitamos la Patagonia y sabemos que el fuego no discrimina. Si el ser humano sufre, el ambiente sufre”, agrega.
La Fundación para la Conservación de Tierras Patagónicas nació en los años 80. Vecinos neuquinos buscaban crear servidumbres de conservación para preservar el ambiente natural y los paisajes patagónicos. Muchos años después, Knüll tomó el manejo, le acortó el nombre a Fundación Tierras Patagónicas y le cambió el enfoque. Mirada fresca de emprendedor, la convirtió en un startup y comenzó a generar, no sólo un modelo nuevo de gestión del fuego, sino también una salida laboral para los integrantes de comunidades originarias. “Nuevas generaciones que ya no dependen del trabajo de la tierra, tienen ahora una alternativa para el futuro”, dice. «No era un experto en temas de fuego, pero terminamos estudiando y aprendiendo en un proceso que no conoce límites. Vamos creciendo, nos tantean para operar en otra provincias. Crece el capital humano, crecen nuestra obligaciones, tenemos hasta un psicólogo trabajando en el equipo».
“Al principio, como todo, algo de desconfianza. Pero luego, terminamos siendo llamados por la Sociedad Rural para hacer demostraciones y simulacros. Se creo un vínculo sano y novedoso. Cada vez se quiere sumar más gente de las comunidades. Es una oportunidad de trabajo, con todas las de la ley. Y estamos preparando dos brigadas más. Hemos crecido, nos hemos visto obligados a gestionar recursos humanos. Superó lo que esperábamos”, dice.
Así, siguiendo esta línea de integración, cada uno de los miembros de la Brigada encarna en sí mismo una historia de vida. Hay mujeres y hombres por igual, fuertes, en edad activa. No son chicos y chicas que recién abandonan el secundario, sino jóvenes con un tramo de vida, ya preparados para enfrentar la adversidad.
Este domingo se celebró El Día Mundial de la Prevención de Incendios Forestales. Según datos oficiales, el 95% de los siniestros ocurren por descuido o intencionalidad del ser humano. Desde noviembre de 2023 a marzo de 2024, la Brigada Operativa Mapuche participó en 18 incendios forestales en la región. El 40% fue en Junín de los Andes, el 50% en San Martín de Los Andes y dos de ellos fueron en Chile (Angol y Los Sauces). Ellos viven, entre fuego y fuego, con la lógica contradictoria del bombero: esperan el gran incendio para poner en práctica todo lo que saben, pero al mismo tiempo no quieren que una catástrofe arrase la naturaleza. Aún así, parecen listos para enfrentar lo que venga.