Foto: Daniel Roy Wegrzyn |
El incendio que estamos sufriendo en nuestra región se corresponde con los denominados Grandes Incendios Forestales (o GIF) porque mostró durante muchos días un comportamiento sostenido imposible de extinguir, ya sea por la velocidad de propagación como por la intensidad del frente o por la actividad de copas.
Una vez aclarado este punto hay que analizar porqué un pequeño foco llega a mudar en una catástrofe cuando podría haberse evitado.
De acuerdo a un estudio de la Fundación Mundial para la Naturaleza WWF (World Wildlife Found of Nature) realizado en el año 2014, las prioridades políticas respecto al cuidado de los bosques están invertidas: el mayor porcentaje del presupuesto otorgado a la lucha contra incendios se destina a apagar los fuegos, un monto vergonzosamente menor es destinado a evitar que el incendio se produzca y un valor insuficiente es el invertido en minimizar los daños producidos por los fuegos.
Así, las administraciones públicas continúan considerando las actividades de prevención y restauración activa como un gasto y no como la inversión de futuro que debería ser.
Además de las pérdidas económicas y los problemas sociales, los especialistas señalan que el fuego provoca daños ecológicos al suelo, a la vida silvestre y la vegetación y hasta el clima mismo.
Los incendios alteran los ciclos hidrológicos, las propiedades físicas y químicas del suelo con pérdida de nutrientes y del estrato de materia orgánica, pérdida de los microorganismos degradadores del suelo, alteran la composición de las especies por muerte de los seres vivos y de tejidos vegetales, daños a sus órganos, con alteraciones fisiológicas y deformaciones en el crecimiento de los árboles, facilitan la dispersión de enfermedades, provocan desaparición de insectos y animales menores y migraciones de animales mayores, producen desequilibrios ecológicos o rupturas en las tramas tróficas.
Asimismo, cambian los regímenes de vientos, la disponibilidad de oxígeno, disminuyen la humedad ambiental y la evapotranspiración, aumentan la temperatura ambiental, la radiación solar, la luminosidad, y el efecto invernadero al aumentar el aporte de CO2 a la atmósfera.
La vegetación y la materia orgánica constituyen la capa protectora del suelo. Luego del incendio y con las primeras lluvias se pierde el suelo por erosión.
Esto ocurre porque al quedar expuesto, las partículas finas de las cenizas tapan los poros, disminuyendo la infiltración y aumentando el escurrimiento superficial.
Al aumentar la escorrentía las lluvias arrastran las cenizas y la capa de suelo y se pierden también los nutrientes y se empobrece la fertilidad del suelo.
En las áreas incendiadas el principal problema es la pérdida de la capacidad del suelo para retener agua y su empobrecimiento por la pérdida de su capa orgánica.
En la zona de Cholila han quedado grandes extensiones de antiguos bosques total o parcialmente quemadas. De acuerdo a la intensidad del fuego hemos podido registrar distintos tipos de daño en la vegetación, desde la muerte a heridas en el tronco, cercanas a su base, daño en las raíces, pérdida de hojas (desfoliación), quemaduras en las ramas y hojas.
En los casos en que el fuego no logró matar los árboles, las cicatrices que penetran la corteza facilitarán el ataque por plagas y enfermedades.
Estos bosques han perdido la capacidad de ofrecer refugio y alimento a las numerosas especies de aves, roedores, reptiles, grandes mamíferos, invertebrados, que los habitaban.
Los seres vivos con escasa o nula movilidad (vegetación y animales de pequeño tamaño, crías, organismos microscópicos) murieron o quedaron reducidos y aislados de toda conectividad en pequeños manchones verdes, donde la comida pronto escasea y los refugios se hacen insuficientes.
Si bien es factible que los grandes carnívoros lograran huir, en el caso de los zorros que ya han sido avistados por brigadistas y vecinos, ha disminuido la biomasa de sus presas más comunes al morir tantos roedores, lo que los impulsa a invadir nuevas áreas de caza.
Los animales que pudieron huir, invaden nuevos lugares donde pueden competir y alterar el equilibrio del nuevo lugar o convertirse en presa fácil de predadores y del ser humano que ocupa los valles.
Para aquellas especies de distribución muy circunscripta el incendio pudo haberlas hecho desaparecer o poner en riesgo el acervo genético y por lo tanto la supervivencia a largo plazo.
Así, el incendio beneficia a algunas especies y desfavorece a otras, alterando la composición, abundancia y existencia de la especies, provocando graves desequilibrios ecológicos.
Al paso del fuego sigue otro desastre natural tan grave como éste: al haber desaparecido la cubierta vegetal protectora del suelo y quemado las raíces de los árboles que actúan como barrera natural que retienen el agua en los bosques maduros de lenga, coihue, ñires, con la llegada de las lluvias aumentará la erosión y la pérdida del suelo fértil junto con los microorganismos productores de suelo en un proceso que va a conducir a su empobrecimiento o pérdida completa y en algunos sitios a la desertificación, al reducir la posibilidad de retención de agua en las áreas quemadas, conduciendo a una aridez climática.
Con las lluvias se producirán corrimientos de lodo que será arrastrado hacia las cuencas hídricas. Estos arrastres provocarán el embancamiento de los cursos de agua, aumento en la sedimentación de las lagunas y lagos, derrumbes, formación de cárcavas y zanjas de erosión en las partes de mayor pendiente.
El tremendo arrastre de materiales en suspensión que se prevé aumentará la turbidez y producirán graves alteraciones en el medio acuático.
Estos profundos cambios en el ecosistema del bosque, como la imposibilidad de retener agua de los suelos estériles, dificultarán o impedirán la recolonización de la vegetación nativa.
Probablemente sólo donde quedó vegetación residual podrá ocurrir una lenta restauración natural, aunque siempre va a ocurrir un proceso lento de deterioro por la pérdida de la capa protectora del suelo.
La fauna que colonice los sitios incendiados estará adaptada a espacios abiertos, tratándose entonces de especies nuevas o cuya presencia en el bosque era rara.
La recuperación se dificultará por la presencia del ganado que aprovechará las extensas praderas que en la primavera reemplazarán los gigantescos cañaverales.
La introducción de ganado luego del incendio será negativo para el establecimiento de semillas y la regeneración de las especies arbóreas al impedir el desarrollo de los renovales que puedan surgir de los árboles que han sobrevivido al fuego.
En el caso de las lengas, el suelo se modifica por la pérdida de mantillo y por la compactación debido al pisoteo del ganado, imposibilitando la germinación de las semillas. Este proceso va vinculado al establecimiento de plantas exóticas muy competitivas que acompañan al ganado como la rosa mosqueta.
En la Patagonia, luego de incendios y presencia de ganado, bosques de lengas se han transformado en praderas de gramíneas (Poa) o extensiones de neneo (Munilum). Los expertos señalan que se deben esperar al menos 10 años en introducir ganado a un área en recuperación post incendio.
De acuerdo a numerosos especialistas en incendios en Patagonia como Thomás Veblen, Thomás Kitzberger y Estela Raffaele, la presión ejercida por el ganado durante la regeneración temprana post-fuego puede impedir localmente la regeneración de especies leñosas, transformando a la comunidad en una estepa degradada con abundantes especies exóticas.
Es prioritario delinear un plan de restauración tras el fuego. Trazar una estrategia de restauración post incendio es fundamental y el suelo es el principal recurso a proteger. Como se señaló anteriormente, para la época de lluvias se prevé una fuerte erosión y escorrentía con el riego inminente de inundaciones, erosión acelerada y sedimentación.
Hay que restaurar donde sea necesario y viable, pero hay que hacerlo urgente.
Por Silvia Ortubay – Doctora en Biología