Hoy vota Uruguay, y Alberto Fernández se prepara para recibir otra mala noticia: según las encuestas, el Frente Amplio sería derrotado a manos del Partido Nacional, con lo cual perdería otro aliado fundamental en el plano internacional.
Luego de la traumática salida de Evo Morales de Bolivia y con la aparente normalización de la situación en Ecuador y Chile, el presidente electo argentino ve cómo el panorama regional que había imaginado hace apenas un mes empieza a cambiar radicalmente.
De estar rodeado por gobiernos con los que comparte cierta visión de la realidad latinoamericana, pasó a sentirse en soledad, a contramano de una región que se «derechiza».
El caso de Uruguay es particularmente significativo, porque Alberto Fernández había manifestado su apoyo explícito al Frente Amplio, al punto de haber viajado a Montevideo para entrevistarse con el presidente Tabaré Vázquez y con el candidato Daniel Martínez.
En esa visita, el presidente electo argentino había puesto de manifiesto los logros de la gestión de gobierno del Frente Amplio, en un gesto que generó polémica en la vecina
«Han logrado tener un Uruguay más equitativo, que ha crecido. Uruguay en 2005 tenía 40 puntos de pobreza y hoy tiene 8 según la CEPAL. Es una prueba de lo que ha hecho el Frente Amplio en todos estos años», mencionó Fernández.
Pero ahora se encuentra con que, en la instancia del balotaje, la izquierda uruguaya – considerada un ejemplo de «progresismo moderado»- probablemente deba dejar el poder tras 15 años de gobierno ininterrumpido.
Todo un golpe para la izquierda latinoamericana y para Fernández en particular, que quedaría virtualmente sin aliados ideológicos en la región y sin apoyo de colegas para afrontar el duro enfrentamiento verbal que está teniendo en la previa con el primer mandatario de Brasil, Jair Bolsonaro, con la amenaza incluida de aislar al país del Mercosur.
Uruguay cambia el rumbo
El Frente Amplio, nacido en los años ´70, forjó su épica en la resistencia a la dictadura militar y, tras varios intentos fallidos, llegó al poder en 2004, con Tabaré Vázquez.
Eran tiempos favorables para la economía del país vecino, lo cual quedó en evidencia con la arrolladora elección de José «Pepe» Mujica en 2009. A pesar de que en esa segunda gestión ya empezaron a evidenciarse problemas fiscales, igualmente el país mantuvo una relativa bonanza, con lo cual Tabaré pudo regresar para un nuevo mandato en 2014.
Pero ahora la situación es diferente. Con un crecimiento del PBI que se prevé casi nulo para este año y un déficit fiscal de 5%, cierto malestar social se hizo indisimulable.
El candidato con mayores chances de transformarse en el nuevo Presidenteuruguayo es Luis Lacalle Pou, perteneciente al Partido Nacional, identificado con el estrato social más liberal y que tejió una coalición con los otros partidos de la oposición, como Partido Colorado, Cabildo Abierto, Partido Independiente y Partido de la Gente, para llegar al poder.
Según las últimas encuestas, Lacalle Pou obtendría una diferencia de no menos de cinco puntos respecto a Martínez, actual intendente de Montevideo.
Lacalle es hijo del ex presidente Luis Alberto Lacalle Herrera, que gobernó entre 1990 y 1995. Es un típico exponente de la centroderecha liberal, que ha criticado la gestión del Frente Amplio por su tendencia al intervencionismo estatal y a aumentar la presión impositiva.
Durante la campaña electoral, una de las estrategias preferidas por la izquierda fue hacer una analogía entre las propuestas de Lacalle y la política económica de Mauricio Macri. Algo a lo que el candidato uruguayo respondió trazando las coincidencias entre el Frente Amplio y el kirchnerismo, un argumento que en la vecina orilla tiene peso, tanto por la histórica desconfianza hacia el peronismo como por el recuerdo reciente del conflicto por las papeleras de Fray Bentos.
Las desventajas de apostar a perdedor
De concretarse este giro en Uruguay, generaría un cambio radical en la postura de gobierno del vecino país y significaría un severo golpe para Alberto Fernández antes de asumir la presidencia. No sólo por la soledad en la que se ubicaría respecto de los otros líderes de América Latina, sino también por el espaldarazo explícito y reiterado que le brindó al partido político perdedor.
«Fue una elección muy floja de política exterior ir a apoyar al partido que ya se sabía que perdía en Uruguay y no tenía que meterse», opina el analista internacional Luis Palma Cané, para quien Fernández «se subió a un tren regional que ya perdió velocidad, porque, por ejemplo, Piñeira no cae, y se fue Evo Morales».
En la misma línea, Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, observó: «Puede ser algo innecesario y a lo mejor poco prudente. Su participación en la campaña uruguaya puede dejar resquemores entre dos presidentes, en caso de ganar el candidato opositor uruguayo».
«Es cierto que Lacalle no parece una personalidad política proclive a crear conflictos innecesarios en las relaciones internacionales, pero no debe olvidarse que el uruguayo es ´una combinación de sencillez y altivez´ que debe ser asumida en su particularidad y complejidad», completó Fraga.
En este sentido, para Patricio Degiorgis, director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Belgrano (UB), el apoyo explícito brindado por el presidente electo Alberto Fernándezal candidato del Frente Amplio se lee tanto por una afinidad ideológica natural, como por una suerte de gesto de «reparación histórica personal» hacia el presidente Tabaré Vázquez, por «aquellos duros años de conflicto por las pasteras», cuando era jefe de Gabinete.
Esta cercanía de Fernández con el Frente Amplio se manifestó apenas fue designado por Cristina como candidato presidencial por el Frente de Todos, cuando fue a visitar a Mujica, el pasado 31 de mayo. En aquél momento, el próximo mandatario argentino mencionó en Twitter: «Vuelvo a encontrarme con un viejo amigo, un maestro y una gran fuente de inspiración para la misión que nos espera a los argentinos».
Luego, a comienzos de octubre, ambos se volvieron a juntar para exponer en el Colegio Nacional Buenos Aires, y a principios del corriente mes se vieron nuevamente en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, entre otros encuentros que tuvieron.
Incluso, Mujica le dijo a Fernández: «Es un honor tener un amigo que consiguió una changuita de presidente», para agregar en tono más serio que es un «amigo necesario e imprescindible en esta batalla por ser una América que sea nuestra Nación».
La difícil búsqueda del término medio
Más allá de la amistad entre ambos líderes, y de lo «socialmente respetado» que es Mujica -según las propias palabras de Fernández- la identificación y alineación política que está mostrando el Presidenteelecto argentino es estratégica: busca un punto intermedio que lo aleje tanto de la derecha liberal como de la izquierda extremista y antidemocrática como la que que representa el venezolano Nicolás Maduro para la región.
Esto quedó demostrado luego del triunfo del líder del Frente de Todos a fines de octubre, cuando le agradeció el mensaje de felicitación enviado por Maduro, con un tono crítico: «América Latina debe trabajar unida para superar la pobreza y desigualdad que padece. La plena vigencia de la democracia es el camino para lograrlo».
Dejando de lado las contadas alianzas que le quedan en pie a Alberto Fernández, la coincidencia es que se encontrará en un contexto regional poco afín.
«La pérdida del Frente Amplio en Uruguay va a dejarle la sensación de que está solo, lo cual es simbólicamente fuerte y que estará rodeado de gobiernos de derecha o conservadores o por situaciones verdaderamente críticas. Un Alberto solo puede ser un shock, y Uruguay sería un gran aliado en este marco», resume el analista político Julio Burdman aiProfesional.
A pesar de ello, y con miras al rearmado regional, Degiorgis considera que las relaciones argentino-uruguayas son hoy lo «suficientemente sólidas» como para que, en caso de ganar Lacalle Pou, se continue la estrechísima vinculación que se ha registrado durante estos cuatro últimos años, con gobiernos que también han sido de distinto color político, como los de Macri y Tabaré. «No veo pues que el resultado del domingo pueda influir o menoscabarla», acota.
Para Fraga, es difícil encontrar en América Latina dos países con tantas semejanzas y afinidades como son los casos de Argentina y Uruguay, y «ello debe llevar a estar atento para no herir susceptibilidades», porque, aclara, que no hay que olvidar que los conflictos entre parientes, «son los que a veces tardan más tiempo en cicatrizar».
En este escenario, cuando asuma Fernández el próximo 10 de diciembre, según Fraga, se encontraría con una región en la cual ocho de los diez países iberoamericanos de América del Sur (Brasil, Colombia, Perú, Chile, Ecuador, Paraguay, Bolivia y Uruguay) estarían en la dirección contraria al «progresismo» que impulsa el Presidente electo de Argentina.
Así, Raúl Ochoa, ex subsecretario de Comercio Exterior, consideró a iProfesional que Argentina puede tener buenas relaciones con Uruguay y Paraguay, al igual que con Chile «una vez calmadas las aguas» y con Brasil, aunque advierte que «no hay que caer en provocaciones».
En este contexto, México aparece como el último aliado importante para Fernández, dentro de esa línea de izquierda moderada. Y no por casualidad fue el destino elegido para su primer viaje tras ganar las elecciones
Según Fraga, la nación azteca está dando un ejemplo de «estilo» en diplomacia, que más allá de su orientación político-ideológica, debe ser «observado y valorado».
Y recuerda que, cuando tras la victoria en las PASO, Fernández quiso visitar a dicho país, su gobierno le pidió que lo hiciera después de ser electo, fuera en primera o segunda vuelta.
«Es que la diplomacia mexicana mantiene la premisa -hoy olvidada por muchos países-, de no intervención en los procesos electorales de otras naciones».