«Vienen por el oro, vienen por todo», decía el gallego Javier Rodríguez Pardo. Vienen por el petróleo, vienen por el plomo, la plata, vienen por el uranio. Y sobre todo vienen por el agua; y aunque no se note mucho no hay un día en que no dejen de trabajar en su apropiación. Y vienen por nuestra dignidad.
Nuevamente Colón a la vista de las Indias, y los indios esperando el desembarco en Chubut. Nuevamente la cruz y la espada. Sus discursos de salvación y de progreso. Ahora vienen con una cruz renovada. A la vieja cruz católica se la comió el mismo continente que vino a conquistar.
Estorban los Arnulfo Romero, los Angellelis y otros asesinados; las teologías de la liberación, la opción por los pobres, etc. etc. Por eso ya no les resulta confiable. Vienen con una nueva cruz, con discursos funcionales a «la modernización», al enriquecimiento personal como signo de predestinación y salvación, al individualismo.
La religión como fuerza de anexión
La fábrica de religiones, ONGs, etc. «a medida» está en marcha desde hace rato. Claramente patriarcales, producen adeptos de obediencia ciega; reducen a la mujer a un rol de segundonas, demonizan y destruyen las creencias, ceremonias y prácticas de los pueblos originarios, su cosmovisión e identidad.
Con efectos similares en las grandes barriadas como en poblados alejados de los centros urbanos. Predican, por ejemplo, «al que crea en Jesús, la contaminación no los afectará».
O en Gan Gan: «Uds. no se preocupen; si dios quiere la mina viene; si dios no quiere, la mina no viene».
Rita Segato dice que estas religiones, que están invadiendo la Abya Yala, actúan como una fuerza de anexión blanda de nuevos territorios al territorio mundial globalizado.
Y por si no alcanzara la cruz, está la espada. El gobierno saliente dejó más pertrechadas y afiladas que nunca las fuerzas de represión listas para proteger las «inversiones». O más bien el saqueo.
Oro por espejitos
Nuevamente vienen a proponernos cambiar oro por espejitos de colores. El agua pura, nuestro verdadero oro, cada vez más escasa. ¿Por qué debieran destruirse las infinitas mesetas ahora llenas de alimento, perfume y medicinas?
¿No será que debiéramos estar menos amontonados y atontados en las ciudades?
En tiempos turbulentos como estos, lo mítico y épico nos conectan con la memoria colectiva de la humanidad, y ayudan.
Y bien que ayuda, por ejemplo, entrar con Liliana Bodoc en la profética Saga de los Confines; puesto que aquí estamos en los confines.
La guerra, la política y la magia deberán coincidir si es que vamos a permanecer.
La megaminería es como un caballo de Troya; el gran caballo de madera que construyeron sus enemigos para engañar a los troyanos y dominar la ciudad, luego de 10 largos años de infructuoso asedio.
Los troyanos, creyendo que era una ofrenda de los dioses -la salvación- le abrieron las puertas y lo entraron en la ciudad. Entonces, del vientre del caballo se abrió una compuerta y salieron los más temibles guerreros griegos, pero ya era tarde.
Rápidamente reabrieron las entradas y permitieron el ingreso de todo el ejército griego. Aquí, ahora, frente a las puertas del Chubut, el caballo megaminero está esperando que les abran las puertas desde adentro.
¿Rumbo a un mega-desastre?
La megaminería es una espada de Damocles pendiente sobre nuestras cabezas. En el momento menos pensado ocurre un mega-desastre de alcance regional o continental. Sobran ejemplos de rupturas de los diques de colas, con millares de toneladas de desechos tóxicos y con miles de kilómetros de ríos muertos, gente muerta, lagos y mares costeros envenenados en todos los continentes, año tras año.
¿Será que Chubut, de haber brillado en el mundo por su naturaleza virgen, su parque nacional ubicado entre los primeros siete más bellos del mundo -hasta la destrucción con la represa Futaleufú- pasará a ser un espejo roto de cráteres cual ojos vacíos mirando al cielo?
La megaminería es un anzuelo envenenado. Parece muy apetitoso y atractivo, pero una vez que lo has mordido no hay vuelta atrás. Si no, pregúntenle -o mejor aún vayan y vean- a los vecinos de Andalgalá, de Vis Vis, de Jáchal, de Abra Pampa, de San Antonio Oeste. Verán un listado tristemente largo de engaños, pobreza o miseria y enfermedad. Apaguemos la tele y vayamos a ver pueblos mineros. ¡Con nuestros propios ojos!
Un Golem sin control
La megaminería es un Golem fuera de control. Un Golem es un Robocop gigante, autómata que muy peligrosamente el primitivo pueblo de Israel construía y programaba para que lo defendiera de sus enemigos. Pero un Golem que se vuelve en contra de los que lo hicieron. Así nos contaban el 4 de enero del 2003 los dos concejales de Andalgalá (¡peronistas ellos!) que se llegaron hasta aquí para decirnos: «no cometan el mismo error: nosotros tiramos fuegos de artificio cuando inauguraron la mina, pensando que venía el progreso y la abundancia, y ahora no sabemos cómo sacárnosla de encima».
También Leonardo da Vinci la pescó claramente. En sus Aforismos, allá por el siglo XV, dice:
«84. De oscuras y tenebrosas cavernas saldrá una cosa que infundirá a la especie humana grandes inquietudes y peligros mortales. A muchos que lo buscarán, tras múltiples afanes, el oro dará algunos placeres. 85. Pero inspirará infinitas traiciones, llevará a los hombres a cometer innumerables asesinatos, robos y perfidias; sembrará sospechas entre los del mismo pueblo; arrebatará al estado las ciudades libres, enemistará a los hombres entre sí con muchos artificios, engaños y traiciones.
86. Oh animal monstruoso, cuanto mejor sería para los hombres que volvieses al infierno. Por tu culpa las grandes selvas quedarán desnudas de vegetaciones y numerosos animales perderán la vida».
Lecturas para nuestro tiempo
¡Cuantos males no ha desencadenado la fiebre del oro y los metales! ¡Hagamos memoria! Veamos o veamos de vuelta la fantástica película de Charlie Chaplin, la Quimera del Oro, o leamos el libro con el mismo nombre de Jack London. Son las lecturas para nuestro tiempo.
En Coplas del payador perseguido, don Atahualpa Yupanqui nos dice:
Detrás del ruido del oro
van los maulas como hacienda.
No hay flojo que no se venda
por una sucia moneda.
Mas siempre en mi tierra queda
gauchaje que la defienda.
¡La megaminería no fue ni es la salvación para los pueblos!
Cambiar unos años de «fuentes de trabajo» -para algunos pocos- por agua y envenenada para siempre, no es ninguna solución. ¡Es más bien una traición!
¡El aviso está dado y la fuerza está, dice Ariel Manquipan!
No tienen ni tendrán licencia social
Por Lino Pizzolón