La formación de Vaca Muerta, ubicada principalmente en la provincia de Neuquén, es una de las mayores reservas de petróleo y gas no convencional del mundo. Su explotación ha sido un objetivo central de las políticas energéticas nacionales durante la última década.
La complejidad técnica y los altos costos asociados plantearon desafíos significativos, pero las inversiones sostenidas y la adopción de tecnologías avanzadas han permitido superar muchos de estos obstáculos.
YPF, como la principal empresa energética de Argentina, ha sido un actor clave en el desarrollo de Vaca Muerta. La compañía ha invertido miles de millones de dólares en infraestructura y capacitación para optimizar su producción. Los resultados de estos esfuerzos son evidentes: en la actualidad, aproximadamente el 40 por ciento de los combustibles que YPF procesa en sus refinerías proviene de este reservorio.
Según precisaron desde la compañía a surtidores.com.ar, la cifra irá en aumento a partir de la modernización de los complejos industriales, especialmente el de La Plata y Luján de Cuyo, en Mendoza.
Este hecho no solo tiene implicaciones económicas significativas, sino también estratégicas, ya que la producción de Vaca Muerta ha permitido a YPF reducir la dependencia de importaciones de crudo, mejorando la balanza comercial energética del país.
Asimismo, el impacto en el empleo y el desarrollo regional también es notable. La explotación de Vaca Muerta ha generado miles de puestos de trabajo directos e indirectos, impulsando la economía local en Neuquén y en otras provincias cercanas. Además, ha incentivado el desarrollo de infraestructuras, desde rutas hasta servicios básicos, mejorando la calidad de vida de las comunidades.
A nivel global, la integración de Vaca Muerta en la producción de YPF posiciona a Argentina como un jugador importante en el concierto internacional de los hidrocarburos no convencionales. Esto puede abrir nuevas oportunidades de exportación, especialmente en mercados donde la demanda de gas natural licuado (GNL) está en aumento. En este contexto, la capacidad de nuestro país para convertirse en un exportador neto de energía, podría redefinir su papel en la geopolítica energética.