Sin imaginárselo, una neoyorquina vivió un año con un enorme parásito en el cerebro. Así lo descubrieron en plena operación los médicos que la operaban por un supuesto tumor cerebral.
Un día Rachel tomaba café cuando de la nada soltó la taza. Se llevó un gran susto y se dio cuenta de que aquella acción involuntaria era signo de algún problema grave. Fue al médico y las imágenes de la resonancia magnética que le hicieron mostraron una lesión cerebral.
Para el equipo de especialistas aquello que se mostraba en las placas era un tumor así que procedieron a operarla. El diagnóstico, sin embargo, cambió en plena cirugía.
Los especialistas descubrieron que lo que Rachel sufría era de neurocisticercosis, una enfermedad que se suele contraer al consumir carne de cerdo poco cocinada en la que pueden estar alojados los huevos de gusanos de la solitaria.
Cuando las larvas de la solitarias sales de su cascarón se extienden por el cuerpo y pueden formar quistes en la piel, músculos, ojos o en el cerebro (su lugar predilecto por el abundante suministro sanguíneo).
Tras extraer la larva, Rachel ya no corre peligro y no necesita otros tratamientos. «He dejado de hacerme preguntas y he empezado a celebrar mi vida y a disfrutarla al máximo», dijo a WABC-TV.