La normalidad ha vuelto. La primera comparecencia de los líderes del equipo de política exterior y de seguridad con Joe Biden estuvo marcada por la tranquilidad. No hubo exabruptos. No hubo culto a la personalidad. No hubo ‘tuits’ de tres palabras, todas en mayúsculas, antes y después del evento. No hubo ninguna referencia al hecho de que Biden ha sacado seis millones de votos más que Trump, y la cifra sigue creciendo. Todo fue tan normal que pareció extraño.
Solo hubo tres mensajes que, en la práctica, corresponden a lo que fueron las líneas oficiales de la política exterior de Estados Unidos desde la entrada de ese país en la Segunda Guerra Mundial, en 1941, hasta la jura del cargo por Donald Trump en 2017: la primera potencia mundial quiere recuperar el liderazgo en las grandes iniciativas globales; quiere lograrlo por medio de las alianzas con las naciones con las que históricamente ha mantenido lazos estrechos; y, finalmente, es consciente de que, para ello, necesita alcanzar un consenso interno.
El primer y segundo objetivo fue recalcado por activa y por pasiva. Los participantes usaron historias personales para ello, como cuando Tony Blinken, el candidato a la Secretaría de Estado, recordó cómo el marido de su madre escapó de un campo de exterminio nazi para ser rescatado por un tanque estadounidense conducido por un soldado de raza negra. «Cuando lo vio, dijo las tres únicas palabras que sabía en inglés, y que le había enseñado su madre, mucho antes: «Dios bendiga a Estados Unidos»», concluyó Blinken. En el terreno de las realidades, fue claro. Prometió «confianza y humildad», y recordó las palabras de Biden: «No podemos resolver los problemas del mundo nosotros solos; necesitamos trabajar con otros países, su cooperación, su colaboración».
Pero la frase más clara llegó de la mano de la nominada para la representacion de EEUU en la ONU, Linda Thomas-Greenfield: «Estados Unidos ha vuelto; el multilateralismo ha vuelto; la diplomacia ha vuelto». En realidad, como Thomas-Greenfield dejó claro, la doctrina del equipo de Biden sigue la frase de la secretaria de Estado con Bill Clinton, Madeleine Albright, cuando dijo «somos la nación indispensable: somos más grandes y vemos más lejos que los otros». La potencial embajadora en Naciones Unidas repitió eso mismo, pero de manera indirecta, cuando, tras enumerar una larga lista de problemas internacionales, concluyó: «Todos ellos están interconectados, pero no solo irresolubles si Estados Unidos lidera la respuesta».
Los dos primeros objetivos son la parte fácil. El tercero, la difícil. Es cuando menos cuestionable cómo lograr que se cumpla el viejo adagio de «la política exterior acaba donde empieza el mar» – que ha sido, al menos en teoría, la norma de la acción internacional de EEUU desde hace más de un siglo – en un contexto político en el que el perdedor, Donald Trump, sigue sin asumir su derrota y tanto él como su equipo se refieren a sus seguidores como «patriotas», lo que da a entender que las ocho personas que hoy han aparecido en un el estrado, no lo son, y que, por tanto, la jefatura del Estado y del Gobierno y la mayor parte de la política exterior y de seguridad estará en manos de potenciales traidores.
Fuente: El Mundo